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sábado, 19 de mayo de 2012

LA MUERTE PUEDE SER OSCURA


Penélope se despertó en la oscuridad. Su cuerpo temblaba y su garganta sollozaba. Comenzó a recordar bruscamente como la sujetaban por detrás y le tapaban la boca, el trapo estaba húmedo y debía contener algún líquido que la durmió rápidamente. Al principio movía su cuerpo con dificultad, la oscuridad era absoluta, poco a poco fue cogiendo soltura y comenzó a palpar donde se encontraba. Era una cama, podía tocar el borde del colchón, apoyó las manos y se sentó, giró su cuerpo y los pies encontraron el frío suelo. Se quedó quieta. Por el tacto parecía cemento, su frialdad aumentó los temblores y tuvo que cogerse las rodillas, solo entonces se dio cuenta de que estaba desnuda y tenía frío, por eso temblaba. Buscó algo de ropa a su alrededor, no encontró nada, ¿dónde estaría su ropa? Ya no sollozaba, tenía prioridad averiguar por qué se encontraba allí. ¿Qué había ocurrido? ¿Sería una broma? Pero aquello no parecía una broma.
Le dolían los ojos de intentar ver en la oscuridad. Palpó con las manos el suelo y se arrodilló, comenzó a andar a cuatro patas hacia el frente, no quería caerse por algún agujero. Iba contando los pasos intentando averiguar dónde se encontraba, cada vez que apoyaba una mano en el suelo, con la otra palpaba la oscuridad hasta que encontró la pared, por el tacto también parecía de cemento, «algo más de un metro desde la cama».
Respiró hondo y se puso de pie, intentó tocar el techo pero no encontró nada. Con una mano en la pared y la otra al frente volvió a andar hacia la derecha, pronto llegó a la esquina, «otro metro desde que encontré la pared». Palpó con decisión la nueva pared y un metro después se golpeó la pierna con la cama, «la puerta debe estar hacia el otro lado».  Inició de nuevo el recorrido en sentido contrario. Puso su mano sobre la pared y la fue deslizando, giró en la esquina «un metro» y continuó hasta la siguiente esquina «tres metros esta pared» su mente calculaba rápidamente.
Siguió palpando la pared hacia la izquierda, concentrada en calcular las distancias para realizar un esquema de la habitación y averiguar dónde se encontraba la puerta «¿dónde estará la maldita puerta?» y llegó a una nueva esquina, «tres metros y no hay una mierda de puerta». Volvió a respirar hondo y continuó «¡tiene que haber una jodida puerta!». En la siguiente esquina solo pensó «¡Dios mío!, si ando un metro más sin encontrar la puerta es que voy a morir».
Un metro después volvió a palpar la cama, se sentó en ella y se puso a llorar, «estoy atrapada y la habitación no tiene puerta, voy a morir. ¡Dios mío, ayúdame!». Poco después volvió a respirar hondo y dejó de llorar «tengo que continuar buscando una salida, ¿por dónde he entrado?, tiene que haber una puta salida, ¡mierda!»  Su pensamiento le llevó a levantar la cabeza y mirar hacia arriba, solo vio la maldita oscuridad. Se puso de pie e intentó alcanzar el techo pero su mano no llegaba. Saltó todo lo que pudo y tampoco encontró nada. Se subió a la cama e hizo lo mismo, todo fue inútil.
Analizó la situación, alguien la había secuestrado al volver de la discoteca a su casa, en el trayecto que hay desde la parada del autobús hasta la entrada a su lujosa urbanización donde había vigilantes jurados las 24 horas del día. No tuvo tiempo de avisar, ni siquiera escuchó un ruido que la alertara, debían de estar esperándola, todo fue muy rápido. ¿Pedirán un rescate por mí? ¡Dios mío!  Si quisieran dinero no me tendrían así, ¿Por qué me han desnudado y me han metido en este habitáculo oscuro y sin puertas? ¿Me querrán como esclava sexual? ¿O simplemente me dejaran morir sin ningún tipo de piedad? De nuevo comenzó a llorar, esta vez no se cortó y lloró durante mucho tiempo. Le dolía la garganta y se encontraba cansada pero solo tenía ganas de llorar.
Recordó cuando salía con Lilith, pasaba toda la noche sentada en una mesa o bailando pero no se divertía. Desde que decidió romper con ella y ligar con hombres, se sentía más realizada, el sexo con mujeres le gustaba pero los hombres le daban más placer y además no se enamoraban, solo querían hacerlo sin más. Lilith en cambio la quería para ella sola, sin compartirla con nadie, pero ella no quería atarse.
Esa noche se había divertido mucho, nada más llegar a la discoteca conoció a Carlos, le gustaban los tíos cachas, tropezó con él por casualidad al salir de los lavabos donde había comprado las drogas para esa noche, unos gramos y unas pastillas, solo para animarse. Lo miró y le sonrió, él la siguió hasta la barra y la invitó a un whisky, luego la llevó a su coche donde compartieron los gramos que había comprado e hicieron el amor en los asientos de atrás. Cuando terminaron la invitó a continuar la fiesta en su casa, pero ella quería seguir bailando y volvió a la discoteca. El alcohol y las drogas habían puesto su cuerpo y su mente en la sexta velocidad y necesitaba desahogarse. Bailó durante varias horas hasta que tuvo que ir corriendo a los lavabos a vomitar, las putas pastillas siempre le hacían vomitar. Se sentía mareada y decidió salir a la calle a tomar el aire. Le apeteció fumar pero no encontraba el paquete de tabaco «se me habrá caído al vomitar». Un chico le ofreció tabaco, era muy joven, le aceptó el cigarrillo y charlaron sentados en el capó del coche sobre la noche y la oscuridad. El chico charlaba mucho y no se decidía, tuvo que ofrecerse ella, «entramos en el coche y hacemos el amor», novato total, ni siquiera llevaba condones y además era virgen. «!Qué importa!, mañana tomaré la píldora del día después, pero esta ocasión no me la pierdo» Nunca había estado con un chico virgen, le gustó la idea de enseñarlo y se divirtió de lo lindo. El pobre estaba tan nervioso que se apresuraba a hacer todo lo que ella le pedía, se portó bien y la hizo disfrutar. Cuando terminaron le pidió el teléfono para volverse a ver. Ella le dio un número falso y se marchó de nuevo a bailar. «Ni siquiera le he preguntado su nombre» recordó después.
El frio y los temblores le hicieron volver a la realidad, aun así sus parpados le pesaban cada vez más y finalmente se durmió. Al despertar pensó que todo había sido un sueño, incluso sonrió por el mal rato que había pasado en aquella pesadilla. Fue a encender la luz y no encontraba la llave, tampoco la mesita, seguía desnuda y su cuerpo temblaba de frio. Dio un salto de la cama y el contacto con el cemento le hizo chillar, su cuerpo se agarrotó y cayó. El pánico se apoderó de ella y gritó histéricamente hasta que su garganta no pudo emitir más sonidos. En seguida fue consciente de su situación, se levantó y recorrió toda la habitación, no encontró nada nuevo. Salvo la cama, el colchón y ella no había nada más en aquel habitáculo o lo que fuera.
Ahora tenía la certeza de que había sido secuestrada y encerrada en aquel lugar. No sabía por qué. ¿Quién podía tener interés en secuestrarla? ¿Alguien la había seguido? No recordaba nada que le hiciera pensar que la habían espiado. Ni siquiera se le ocurría un sospechoso. No entendía nada. ¿Por qué estaba allí?  «¿Qué he hecho yo para que me ocurra esto?». De pronto un rayo atravesó su celebro, su terrible migraña acababa de aparecer y tenía sed, las drogas que había tomado le provocaban mucha sed, pero allí no había agua y sin agua moriría pronto. «¿Cuántos días podré aguantar sin comer y sin beber?». Su cabeza giraba de izquierda a derecha intentando negar la realidad, «no, eso no puede ser» repetía una y otra vez. «El secuestrador vendrá a traerme agua y comida, si muero no le sirvo para nada. ¿Y si me ha secuestrado alguien que quiere que muera? »
Se acurrucó en la cama como si fuera un ovillo para darse todo el calor posible. No recordaba los días que llevaba allí. No podía recordarlo. Sin saber por qué Lilith absorbió sus pensamientos. Lilith era su mejor amiga desde el instituto. A Penélope no le gustaba lo gótico pero aceptó su filosofía, pensaba que por amor. Ocurrió en su quince cumpleaños, Lilith se encargó de prepararle una fiesta en su casa y a pesar de que invitaron a todo el mundo no acudió nadie. Penélope nunca supo que su amiga llamó a todas sus amistades anulando la fiesta y pidiéndole que no la felicitaran ni le comentaran nada. Tampoco se extrañaron cuando al día siguiente las vieron aparecer por el instituto, cogidas de la mano y vestidas de negro, sin relacionarse con nadie más.
Sin embargo el día de su cumpleaños habían sucedido otras cosas que cambiaron su vida. Al no acudir nadie, las dos hicieron su fiesta solas, bebieron tanto que terminaron borrachas y en la cama haciendo el amor. Penélope pensó que fueron las circunstancias y el alcohol pero Lilith le demostró que aquello era amor, y ella la creyó. Fueron amantes los dos años de instituto pero al llegar a la universidad la cosa cambió. Penélope conoció a los hombres. Había un profesor con el que le gustaba fantasear mientras hacía el amor con Lilith. Unos días antes de las vacaciones de navidad no pudo entregar un trabajo por estar enferma y el profesor le dijo que se lo llevara a su casa. A Penélope le pareció bien y por la noche fue a su casa, se lo entregó y él la invitó a una copa o más bien a varias y terminaron en la cama haciendo el amor durante toda la noche. Penélope se sintió más realizada que nunca pero no le dijo nada a Lilith. Durante todo el curso mantuvo a los dos amantes. Cuando llegó el verano se separó de su amiga y se marchó con su familia al chalet de Marbella, su vida se llenó de fiestas, drogas y sexo. Al volver rompió con Lilith y aunque intentó que siguieran siendo amigas, Lilith no quiso saber nada más de ella.
Ahora la echaba de menos. «Si hubiera estado con ella no me habría pasado esto». Penélope perdió la noción del tiempo y las fantasías ocupaban todo su espacio. Ahora había vuelta a amar a Lilith. Las dos volvían a correr cogidas de la mano y a besarse cuando nadie las miraba. «Te quiero Lilith», le decía sonriéndole mientras su cuerpo apenas tenía fuerzas para respirar.
Mientras en la superficie dos mujeres de aspecto gótico hablaban:
¾    Nunca imaginaste, Lilith, que el refugio atómico de tus padres serviría de tumba para la mujer que te despreció. Ha pasado una semana, ¿crees que estará muerta?
¾    Para mí murió el día que me dejó.
Las dos mujeres se miraron, se besaron y cogidas de la mano caminaron hasta el chalet cercano donde vivían.
FIN

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