La niña de las trenzas.
Ayer me miraste
con tu cara de niña,
te hablé, me
hablaste
y te marchaste con prisa.
¿Dónde vives, cómo
te llamas?
¿Quieres ser mi amiga?
Cuando salgo del
Instituto,
recorro las
calles, mirando por las esquinas,
buscando tus negras trenzas
entre todas las
niñas.
.
Si no te veo, todo
se vuelve oscuro,
si te veo, siento en mi corazón su cambio brusco.
¿Dónde vives, cómo
te llamas?
¿Quieres ser mi amiga?
Si se lo digo al
viento
¿el viento te lo
dirá?
***
Mi destino cambió
cuando Cáritas decidió subvencionar el Transporte Escolar para que los niños de
los pueblos, cuyos padres no tenían medios económicos, pudieran realizar
estudios en el Instituto de Guadix. Mi hermano Mayor, Francisco, me había
mandado siete mil pesetas para que comprara una máquina de escribir, yo decidí
darle otro destino a ese dinero, se lo comuniqué a mi hermana Nicolasa que le
pareció muy bien. Al día siguiente nos fuimos a Guadix y me matriculé en el
Instituto Pedro Antonio de Alarcón para estudiar el Bachiller Elemental,
también me compró ropa para que fuera decente y pagamos las tres mil pesetas
del transporte escolar, el resto lo destiné a la comida durante el curso.
Con varios años de
retraso se cumplía mi sueño de estudiar, yo ya había cumplido los trece años
cuando comencé el curso escolar en el mes de octubre y el bachiller se podía
comenzar a los diez años.
Cada día a las
siete y media de la mañana me subía al transporte escolar en Huélago, que hacía
un recorrido infernal recogiendo niños de Laborcillas, Moreda, Huélago, Darro,
Diezma, Lopera, Purullena, Bejarín y Benalúa. Los primeros días el recorrido lo
hacíamos con un fuerte olor a vómitos, pero con el paso de los días el cuerpo
se fue acostumbrando y estos desaparecieron. El campo de amigos se fue
ampliando considerablemente, en primer lugar con aquellos que hacíamos el
recorrido cada día y luego en el instituto con los compañeros de clase y de
curso.
Molero fue mi
primer compañero de clase y lo fue por casualidad ya que yo debía de estar en
otra aula y al oír el nombre, Antonio
Molero Moreno, yo lo confundí con el
mío, Antonio Moreno Moreno, y con ellos me fui, claro luego resulta que yo no
estaba en las listas y en cada clase la misma frase con el consiguiente
murmullo de risas:
¾
A mí no me ha nombrado.
Hizo falta un mes
para que aquello se normalizara.
Pronto hice
amistad con otro niño que al ver mi timidez siempre me ayudaba en mis
relaciones con los demás, Antonio Moya Molina, que vivía en un barrio de Guadix
llamado La Huerta Millas.
Moya me invitó a
pasar un fin de semana en su casa antes de Navidad. Por la mañana me dijo que
tenía que ducharme. Yo no me había
duchado nunca, bueno eso no significa que fuera un guarro sino que en mi casa
no había agua corriente y por supuesto ducha. Para lavarnos utilizábamos la
palangana, donde echaba agua caliente de la lata que había en la chimenea junto
a la lumbre y me lavaba por partes, primero la cabeza, luego de cintura para
arriba, entonces me quitaba los pantalones y lo hacía de cintura parta abajo y
finalmente, ya vestido con ropa limpia y
con agua fría, la cara. Todo eso en un rincón del salón-cocina.
Los padres de Moya
si tenían ducha, esta se encontraba en la planta de arriba en medio de una
habitación diáfana. La ducha me resultó rara pero placentera y muy cómoda, el
agua caía continuamente y con la temperatura adecuada, no había que tirar el
agua sucia de la palangana, ni añadir agua fría. Aquello me gustó, pero
pasaron varios años para que mis padres pusieran el agua potable.
Después de la
ducha, nos fuimos a recorrer Guadix, especialmente el barrio de las Cuevas
donde había muchos rincones para jugar. Fue
allí donde la vi por primera vez.
Corríamos para ver
quien llegaba antes a lo alto de un cerro y ella bajaba con una lechera en la
mano, iba a la tienda a comprar medio litro de leche, al vernos se paró y se
quedó mirándonos. Moya siguió corriendo pero yo me paré a su lado para mirarla
detenidamente.
¾
¿Quién eres?, ¿tú vives aquí? ¾me dijo sonriendo.
¾ No vivo en otro
pueblo, estoy en casa de un amigo ¾le contesté.
¾
¡Ah!
Y siguió corriendo
calle abajo, me quedé mirándola un largo rato mientras mi amigo me llamaba a
voces desde lo alto del cerro.
¾
Mira, estoy encima de una cueva ¾me decía saltando.
Seguimos jugando y
al volver Moya me propuso un juego, a
ver quién llega antes a la casa, cada uno debe tirar por un camino diferente.
Él tenía ventaja pero no me importó yo volví a pasar por la misma calle para
ver si la volvía a ver y de nuevo me la encontré, ahora llevaba un enorme pan
debajo del brazo y en la otra mano una
talega que parecía pesar.
¾
¿Me ayudas? ¾me dijo nada más
verme.
Le cogí la talega
y caminé junto a ella, no dejaba de sonreír.
¾
El pan es para nosotros y la harina es para mi tía que
vive más lejos ¾me dijo¾ espérame aquí.
Y salió corriendo
desapareciendo en el interior de una cueva. Al rato salió y cogió la talega.
¾
Voy a llevarle esto a mi tía, ¿vienes?
No esperó
respuesta, comenzó a andar y la seguí, me contó que su madre estaba enferma y
ella tenía que cuidarla y llevar la casa, pero que en cuanto se pusiera buena
volvería a la escuela. Yo le hablé de mi pueblo y de mis obligaciones. Si
darnos cuenta estábamos de nuevo en el camino de su cueva.
¾
Me voy que tengo que hacer el puchero.
Y se marchó. Volví
a la Huerta Millas muy feliz, mi amigo Moya salía a buscarme muy preocupado por
si me había perdido. Por la noche no dejaba de soñar con ella, la veía correr
con sus largas trenzas de pelos negro golpeándole los hombros. Durante todo el
curso volví a verla varias veces, pero sus obligaciones no le permitían estar
tiempo conmigo. Al terminar el curso le escribí una carta y esta poesía que le dejé
debajo de una piedra, junto al camino de su cueva.
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