Llegaste a mi casa sola,
sonriente, me sentí feliz al verte así, ---Hoy quiere que le hable de amor--- pensé. Tu sonrisa me decía eso. Te fuiste a la terraza y te seguí, te
gustaba ver el paisaje urbano que se veía desde allí. Se ponía el sol y volvimos
a la salita. Encendiste la luz y tu cara se sorprendió como una niña que
descubre el mundo por primera vez. Solo era una bombilla pintada con laca de
color rojo. Apenas si alumbraba, pero tu sonrisa se incrustó en mi alma y ya no
la pude sacar. Las bombillas las había preparado para una fiesta que iba a
hacer con mis amigos, un baile en la semioscuridad, un poco de sangría con
licor y al final, en la última habitación un catre para el primero que tuviera
éxito. Eso sería el siguiente domingo por la noche, ahora eso no venía al caso,
tú estás por encima de todo eso, por encima del universo, tú eres el amor.
Nos sentamos en la mesa-camilla
y mientras encendía el brasero de butano, tú ojeabas el libro de poesías que yo
estaba leyendo: Azul, de Rubén Darío, edición de bolsillo de la Colección
Austral. ----Yo no entiendo la poesía ----me dijiste.
---Solo tienes que entender lo que te diga a ti, no
te preocupes por lo que quiso decir el poeta---. Me miraste sonriente, como
entendiendo lo fácil que es sentir la poesía. Lo más sencillo hubiera sido
decirte: «poesía eres tú»,
pero no estaba allí para decirte lo que sentía otro poeta sino para decirte lo
que sentía yo. Tú lo sabias y jugabas a entretenerme, te sentías
importante….Una estrella. Sí, una estrella del divino imperio azul que hubiera
dicho Rubén, pero no era Rubén el que debía hablar.
En un lado de la mesa
había una libreta de color azul. Tú no te habías fijado en ella, si las
hubieras abierto, hubieras visto escrito el título en la primera página: Poesías
de amor, era un libro de poesías para ti. No fui capaz de decírtelo así, «Todas estas poesías son para ti». Tampoco fui capaz de decirte que te quería como
a la propia vida. Por el contrario busqué una poesía titulada: «Te quiero» para leértela y cuando la encontré y quise recitarla tú me
hablabas de un compañero que tu clase, descubrí que necesitabas hablar y de futuro
amante pasé a amigo confesor. Sé que eso se me da bien. No era amor, solo un
chico que de vez en cuando te miraba y eso te gustaba, como te gustaba saber
que yo me moría por tu ti. No te hablé de amor, no llegué a ti en el momento
oportuno de tu vida, tus quince años aún no sabían de amor, yo tenía unos pocos
más, los suficiente para entender la vida como una realidad. Comenzabas a
sentir ese mundo de los adultos pero te asustaba y yo me convertí en tu amigo
protector, podías contarme tus deseos y tus sentimientos sin que nadie se riera
de ti. Realmente estabas loca, como un huracán en el amor. Cualquier tontería
te hacia reír a carcajadas y eso me hacía sentirme feliz. Me hablabas sin dejar
de sonreír y eso me desconcertaba, a veces parecía que esa sonrisa era para mí
y otras que era para otro. Te pedí que me miraras a los ojos y me miraste. Tu
cara se puso seria cuando acerqué mis labios a los tuyos, después del beso
volvió tu sonrisa. Guardamos silencio un momento y nos volvimos a besar, luego bajaste tu mirada, era tu
primer beso. Cambiaste de conversación y yo te seguí, tú no querías que te
hablara de amor, pero me sonreías, y no lo hice, te sentía feliz y con eso me
conformaba. Cerré la libreta de poesías de amor y la puse debajo del libro de
matemáticas, ya te las leería otro día. Me dijiste que te acompañara a tu casa.
Por el camino me hablabas de todo, parecías nerviosa, pero no eran nervios sino
que te sentías triunfante, habías evitado que te hablara de amor. Me tenías en
tus manos, lo sabías bien, yo también, aunque no me importaba si tenía tu
sonrisa y tú no dejabas de sonreírme, ni siquiera cuando acerqué mis labios a
los tuyos en el portal de tu casa.
Ahora tengo que
marcharme, van a cerrar las puertas del cementerio, volveré el año que viene y
te traeré un nuevo ramo de rosas. No te preocupes por tu sonrisa, la llevo en
mi corazón.