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viernes, 5 de octubre de 2012

El escritor y la rubia del vestido rojo




El camarero no dejaba de mirar la puerta. Desde hace seis años, el escritor nunca había llegado tarde. Todos los días a las seis en punto entraba por esa puerta y se sentaba en la mesa del fondo, sacaba su libreta y su bolígrafo mientras Efrén, el único camarero del bar, le servía un café y una copa de coñac, y se alejaba para dejarlo a solas con sus historias. Salvo un escueto «buenas tardes», nunca había intercambiado  una palabra con él. Sabía que nunca había publicado un libro, pero cada tarde escribía durante varias horas. Nunca habló de sus historias. En realidad nunca hablaba con nadie.
            Ese día llegaron las seis, luego las siete, y el escritor no entró. Efrén terminaba su jornada a las ocho, a partir de entonces era el dueño del bar el que se hacía cargo del negocio hasta la hora del cierre, después de doce horas tenía ganas de llegar a su casa y hacer el amor con su mujer en el salón de su casa. Mientras limpiaba el mostrador, miraba la máquina del café y la botella del coñac, luego dirigía su mirada a la mesa vacía, « ¿dónde estará?, ¿qué le habrá pasado? » Pensaba preocupado sin saber por qué.
            Eran casi las ocho cuando el escritor entró por la puerta. Efrén estaba a punto de marcharse, sin embargo preparó el café, la copa de coñac y se las llevó a la mesa.


  •  ¡Buenas tardes! ¿Qué le ha pasado hoy? -le preguntó el camarero interesándose por las causas de su retraso.
  • Hoy me ha pasado algo maravilloso.
  • Me alegro, ¿y puede saberse que ha sido?
                  El escritor miró a Efrén, luego al dueño del bar que se encontraba detrás de la barra.
  •  Estamos solos -le comentó el camarero.   
  •  Es largo de contar, pero si quiere escucharme se lo puedo relatar.
                        Efrén dejó la bandeja en el mostrador y se quitó el mandil de camarero que colgó en la percha de la cocina, volvió junto al escritor y se sentó por primera vez en seis años a su lado.

  • Ya he terminado mi jornada laboral, tengo todo el tiempo del mundo para escucharle. 
  •  ¿No le espera nadie? 
  •  Me espera mi mujer, pero ya está acostumbrada a mis retrasos. Le escucho.

                           El escritor, bebió un sorbo de café, separó un poco el cuaderno donde escribía su novela y miró a Efrén sonriendo.  
  •  Hoy, cuando me dirigía a este bar, al llegar a la avenida, me he encontrado con una preciosa rubia con un vestido rojo y zapatos a juego. 
  •   ¿Una rubia? 
  •   La señora volvía de la compra con una bolsa en cada mano, era evidente que pesaban mucho y con los tacones apenas si podía andar. Me ofrecí a ayudarle y aceptó muy agradecida. Le acompañé hasta su casa y le dejé las bolsas junto al ascensor. Ya me disponía a volverme cuando me dijo con voz angelical: 
  •  Si quiere un café se lo prepararé con mucho gusto. 
  •  Yo nunca rechazo un café -le dije muy cortés y subí con ella a su casa. 
  •  ¿Y qué pasó entonces?, ¿era casada? -le preguntó muy emocionado Efrén. 
  •  Sí, era casada, eso lo supe después. Me senté en el sofá y ella se marchó a la cocina, volvió enseguida con una taza de café que dejó sobre la mesa. Sin mediar palabra se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me echó los brazos al cuello. Acercó sus labios a los míos en un beso desesperado que me pareció infinito. Sin separar su boca de la mía, y mientras hundía su lengua en mi garganta, me quitó la camisa y me desabrochó el pantalón. Luego llevó su lengua a mi cuello, bajó por mi pecho y para cuando llegó a mi entrepierna ya me había quitado el pantalón. Yo pensé que el mundo se acababa de placer, pero me equivocaba. Se puso de pie y comenzó a bailar moviendo su melena rubia al tiempo que se quitaba el vestido rojo, siguió con su sujetador de encaje blanco y su tanga también blanco, solo le quedaron los tacones rojos. Se puso entonces de pie en el sofá dejando mi cabeza entre sus muslos, y me llené de su sabor mientras oía sus gemidos hasta que sus muslos se apretaron contra mi cabeza y un temblor recorrió todo su cuerpo. Volvió a sentarse sobre mí, esta vez introduciendo mi miembro en su cuerpo, y comenzó un movimiento infernal que me elevó a otra dimensión hasta que exploté de placer.
                        −Se vistió sonriendo y contempló como me vestía yo. Su voz angelical sonó de nuevo−
  • Vístete rápido, a las ocho sale mi marido del trabajo y le estoy preparando una sorpresa. 
  •   ¿Nos volveremos a ver? –le pregunté para saber si esto se repetiría. 
  •  No, lo de hoy ha sido una excepción, sólo he querido agradecerte tu caballerosidad y de camino practicar la sorpresa que le voy a dar a mi marido. 
  •  Seguro que se siente tan feliz como yo. Te estoy muy agradecido. Eres la única mujer con la que he estado en mi vida. 
  •   ¿Nunca habías estado con una mujer? 
  •  Yo soy hombre de un solo amor, ella no me quiso y no volveré a amar. 
  •   Entiendo –me dijo muy compresiva.
                   −Me acompañó a la puerta, la quise besar de nuevo y solo me ofreció su mejilla,  me vine al bar para seguir mi rutina de todos los días−.

                    Efrén se quedó pensativo  «menos mal que mi mujer es morena» pensó para sí mientras salía del bar en dirección a su casa. Cuando llegó su mujer lo esperaba frente a la puerta, Efrén  se quedó pasmado al verla:
  • Cariño, me he pintado el pelo rubio y me he comprado este vestido rojo y estos zapatos a juego para cumplir tu fantasía favorita. ¡Vaya sorpresa! ¿Verdad?



           


           







 

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