Aura es una chica de 18 años que hace su primer año de filosofia en la Universidad de Granada, su vida se centra en sus estudios al margen de los chicos, pero una noche conoce a Edgar en una fiesta Erasmus y su percepción de las cosas cambia, Edgar la acompaña y sin querer terminan en el piso de ella:
Cuando
entramos en el piso nos dio la risa tonta y me di cuenta de que estaba muy
nerviosa, ¿por qué? Me encontraba rara, nunca había tenido ese deseo de besar a
alguien y más que besar comérmelo, «ahora deseo comérmelo. ¿Por qué? ¿Por qué?
Desde luego no lo voy a hacer, si él quiere algo que dé el primer paso, ¿no me
da la gana de ser la primera? No, no, no quiero que él tenga una mala impresión
de mí, ¿por qué lo he invitado a subir? ¿Acaso quiero conquistarlo?» Los
nervios aumentaron mis ganas de orinar y me metí en el cuarto de baño, al menos
me apartaba un poco de él. Lo dejé solo. «¿Qué
hará? –Me preguntaba– ¿examinará el piso?». Me demoré un poco, necesitaba
relajarme y sentirme normal, como yo soy. En realidad no quería enfrentarme al
sentimiento que su presencia me producía. Cuando me miraba mi voluntad desaparecía
y me sentía tonta, empaná. Respiré hondo y decidí enfrentarme a él, me lo
encontré fregando los platos, de alucine, ¡qué vergüenza!, había estado toda la
tarde tumbada en el sofá con una flojera tremenda, y no había tenido ganas de
fregarlos «ya lo haré el sábado que tengo tiempo» de todas formas iba a estar
sola, nadie lo iba a ver. Mi madre tenía razón, «tienes que tener la casa
siempre limpia por si viene alguien, que cuando menos lo esperas se presenta la
visita» me decía, y ahora tenía la visita fregándome los platos. Pensé en
excusarme pero me pareció que era peor. Lo mejor era no darle importancia, y
para compensarle le haría algo de comer, dijo que tenía hambre, «¿hambre? ¿Cómo
puede tener hambre de noche? ¿Y qué le hago de comer?, pobrecillo, lo mismo no
ha comido en todo el día, ¿podría hacerle una sopa de sobre que tengo en el
armario? El lunes en cuanto abran las tiendas compro comida de sobra para que
no me vuelva a pasar esto» pensaba avergonzada. Finalmente adivinó que no sabía
hacer de comer, me pidió huevos para hacerse una tortilla, menos mal que Clara
tenía y se pudo hacer la tortilla porque
yo no tenía ni idea, bueno, he visto hacer pero nunca las he hecho, «si le
gustan ¡tendré que aprender!, ¿y por
qué? ¿Y yo por qué le tengo que hacer de comer? ¡Que se haga él!». Lo vi muy
ágil en la cocina. «¡Qué maravilla! Seguro que plancha, lava la ropa y limpia
la casa. ¡Y está buenísimo! ¡Es un buen partio! Pero que perra, ¿qué pienso?
¡Dios mío, qué nervios!».
Cuando
terminó de comer me puse a fregar los platos, no quería que me volviera a pasar
de nuevo lo de antes y entonces ocurrió: él se acercó por detrás y me abrazó,
ya estaba claro que le gustaba y que quería besarme, entonces me volví y lo
besé con pasión, nunca pensé que estaba tan hambrienta de besos. «¡Quieta! no
debes ir por delante», –me decía– pero al momento se me olvidaba, «esto no, esto
no», cuando quise acordar estaba desnuda, tumbada en la mesa de la cocina ¡anda
que si me vieran mis amigas! Seguro que no volvían a comer aquí. Yo flipaba ¡ Menuda película!
- No iras a… –no me dejó terminar.
- No, tranquila, no te preocupes, confía en mí.
No
tuve tiempo de más, su lengua recorría mi cuerpo y me transportó a una
dimensión desconocida para mí, cerré los ojos para centrarme en el placer, algo
me hacía confiar en aquel chico que acababa de conocer. Cuando llegó a mi zona íntima quise levantarme para expulsarlo de ese lugar tan personal, pero mi cuerpo
no quería abandonar aquel placer que me envolvía y lo dejé hacer sin oponer
ninguna resistencia. Él sabía hacerme lo que siempre había soñado. Pero y él
¿acaso no tendría que hacerle lo mismo? Quería verlo desnudo y acariciarlo,
¡comérmelo! quería hacer el amor ¿Y por qué no? «Sí, sí, eso es, quiero, sí,
quiero», y entonces le dije:
- Llévame a mi habitación.
Mi
habitación era mi kely, mi casa, y quería que el hombre con el que hiciera el
amor por primera vez me llevara en brazos, ¡como en las películas! Edgar me
cogió en brazos y me llevó dejándome con suavidad en la cama.
- ¡Ahora me toca a mí! –le dije mientras me enganchaba a su cuello y lo besaba largamente.
Comencé
a quitarle el jersey, la camisa, la camiseta, me resultó extraño que él también
estuviera sudando, tal vez estuviera nervioso o tal vez hiciera calor. «¿Estará
alta la calefacción?, ¿se encontrará a gusto?, si le pregunto pareceré tonta,
mejor me callo», y continué quitándole la ropa. Edgar se dejaba hacer, parecía
que estaba en una nube. Su aroma seguía envolviéndome. Comencé a darle besitos
por todo el cuerpo bajando hasta el ombligo. «¿Lo estaré haciendo bien? ¿Y
ahora qué hago? Tengo que seguir». La batalla interior no cesaba, pero el deseo
iba ganando terreno. Le quité los pantalones y los calzoncillos y me quedé empaná
mirándolo. «Normal, si nunca había visto esto antes»
- ¿Pasa algo tía? –preguntó él preocupado.
- Nunca había visto un hombre totalmente desnudo –le dije acariciándole la entrepierna.
Por
supuesto que no le pregunté todo lo que se me ocurría en la cabeza, no quería
que pensara que no sabía nada de los hombres, la verdad es que de sexo solo
sabía lo que había estudiado y lo que había oído a mis amigas, pero de práctica
nada de nada. Comencé a acariciarlo y su cuerpo se estremeció.
- No…, no…, más despacio –me dijo con la voz alterada por el placer.
Le
hice caso, él cerró los ojos y me dejó hacer «esto es más fácil de lo que
pensaba» comencé a darle besitos, mientras de reojo, miraba a Edgar que seguía
con los ojos cerrados y tenía una cara de placer que me hizo sentirme feliz, «mejor,
no quiero que me vea, parece que le gusta.
Sí, creo que sí, a mí también, ¡me apetece!, se lo voy a pedir»
- ¿Te gustaría hacer el amor conmigo? –le pregunté.
- Sí…pero no podemos.
- ¿Por qué? –pregunté muy ingenuamente.
¡Qué
marrón! el pobre no llevaba condones, muchos de sus amigos los llevaban por si
acaso, se notaba que no estaba acostumbrado a ligar.
- Yo sí tengo. Me los regalaron en mi cumpleaños para reírse de mí, fue Clara que es muy picarona, pero yo los acepté y los guardé, nunca se sabe.
- ¡Guay!
Fui
a buscarlos al armario, donde los tenía escondidos por si acaso venían mis
padres y los veían, entonces necesitarían muchas explicaciones ya que ellos no
aceptaban la vida moderna. Los cogí, saqué uno de la caja y se lo di «espero
que sea fácil ponerlo, bueno él debe saberlo» pensaba, pero Edgar tampoco los
había usado nunca. Estaba nervioso y lo deslió todo, luego no podía ponérselo,
a mí me dio la risa pero me aguanté para no estropear la noche.
- Espera, coge otro, lo colocas y lo vas desliando poco a poco –fue haciéndolo mientras lo decía.
- ¡ Guay!
- Ahora sí, ya podemos hacerlo, pero primero acaríciame como antes.
Me
acarició durante un buen rato hasta que mi cuerpo volvió a estar a punto, estaba
besándome, jugando con mi boca al tiempo que se restregaba en mi entrepierna y
de pronto ocurrió. Se me escapó un pequeño chillido, más por la sorpresa que
por el dolor y Edgar se quedó quieto.
- ¿Te hago daño?
- Sigue, vas bien.
Claro
que iba bien, estaba dentro de mí y todo había sido más fácil de lo que había
imaginado, ¿Para qué tanta preocupación? Mi placer subía y bajaba pero no
llegaba al final, Edgar se movía con un ritmo suave y en un momento dado solo
tuvo tiempo de decir.
- ¡No aguanto más!
Al
tiempo que decía eso comenzaba un ritmo frenético. Yo me quedé sorprendida por
ese cambio de ritmo y sentí como el placer me elevaba y explosionaba en una
violenta sacudida que terminó en un aullido que debió oírse en todo el bloque. Edgar
se quedó quieto, un poco avergonzado por el ruido que acabábamos de producir.
- Lo siento, no quería hacer tanto ruido.
- Ni yo.
Edgar
se quitó el condón y lo dejó caer al lado de la cama, había sido mi primera vez
y mi primer orgasmo, no sabía que las dos cosas podían venir juntas.
Descansamos un rato en silencio, mi curiosidad no había cesado y me puse a
investigar, bueno, si había perdido la vergüenza era la oportunidad de hacerlo.
- ¿Lo habías hecho antes? –le pregunté con curiosidad.
- ¡Qué dices tía!, es la primera vez. Hasta ahora no había tenido oportunidad, bueno tampoco la había buscado.
- A mí me ocurría lo mismo. Quería que la primera vez fuera con un hombre del que estuviera enamorada.
- ¿Y estás enamorada? –la pregunta me pilló de sorpresa.
- ¡Joder, y yo que sé!, te acabo de conocer. Pero desde el primer momento me encuentro a gusto contigo. ¿Y tú?
- Yo también, estoy sorprendido porque parece que te conozco de toda la vida. Creo que estoy enamorado.
- No te precipites, es pronto para decir eso, no quiero que por haberme acostado contigo te sientas obligado. ¿Sales con alguna chica, no quiero causarte problemas? –trataba de parecer responsable, en realidad estaba temblando y preocupada por lo que había ocurrido.
- No, nunca me he enamorado. He salido con algunas chicas, pero nada serio.
- No me lo creo, le debes gustar a muchas chicas.
- Y tú a muchos chicos –dijo tocándome la punta de la nariz.
- Sí, pero no les he hecho caso.
- Yo tampoco…Siempre supe que cuando me gustara una chica lo notaría enseguida… y esta noche lo he notado…
- ¡Ehhh!, ya está otra vez, ¿cómo lo haces? –exclamé al notar su nueva excitación.
- Yo no hago nada.
- ¿Te mola hacerlo otra vez?
- ¿No te dolerá? –dijo preocupado.
- Antes no me ha dolido, ha sido estupendo. Me he sorprendido cuando has entrado dentro de mí, pero al momento parecía que éramos un solo cuerpo. Me siento feliz.
- ¡Yo también! ¿Sabes que hoy es mi cumpleaños?
- ¿Cómo lo voy a saber? ¿Cuántos cumples? –me puse melosa.
- Veinte.
- ¿Veinte? ¡Mola!, bueno, eres muy viejo, tío. El lunes te compraré un regalo, ahora somos amigos.
- El regalo ya me lo has hecho ¡amiga!, ¿Cuántos años tienes tú? –me preguntaba al tiempo que me besaba.
- Dieciocho.
- Me molan tus dieciocho años.
Comenzó
de nuevo a recorrer mi cuerpo con sus labios y su lengua, amándonos durante toda
la noche. Ya por la mañana, tenía que ir al cuarto de baño, al levantarme me
horroricé cuando descubrí que las sábanas estaban manchadas de sangre. Me
asusté un poco y las quité rápidamente. Pero mi preocupación se centraba en que
si se enteraban mis amigas se enterarían mis padres y vaya marrón.
- Tengo que lavarlas para que se sequen antes de que vengan ellas.
- ¿Y qué más da?
- No quiero que se enteren, que son muy cotillas y enseguida todo Guadix lo va a saber. Me voy a duchar –dije intentado parecer despreocupada.
- Y yo también, espera y nos duchamos juntos.
- No, no, si quieres te duchas mientras yo hago la cama, luego me ducho yo.
- Ni pensarlo, hoy lo compartimos todo, y si tú quieres lo compartiremos toda la vida –decía mientras me abrazaba.
- Tío, no me rayes, que vas muy deprisa, tendremos que pensar qué ha pasado. ¿No te parece?
Edgar
me volvió a abrazar y comenzó a besarme, recorriendo a un tiempo mi cuerpo con
sus manos, yo me quedaba de nuevo apalomá y me dejaba hacer.
- ¿Decías?
- Me rindo, si me besas ya no pienso. Así que déjame que haga la cama y tú te duchas.
- Vamos los dos, la bañera es grande –dijo muy meloso.
Me
cogió de la mano y me llevó hasta la bañera, abrió el grifo del agua caliente y
nos metimos bajo la ducha, comenzó a besarme al tiempo que nos enjabonábamos, cuando
sus manos llegaron a mi sexo y sentí que me volvía loca de nuevo, no tuve más
remedio que pararlo con energía.
- ¡Vamos a ducharnos, y luego a dormir!
- Es que no puedo dejar de acariciarte.
- ¡Te voy a castigar si no te estás quieto! –le amenacé.
- ¿A no dejar que te acaricie?
- A que no dejes de acariciarme el resto de tu vida.
Tuve
que ponerme seria porque no se estaba quieto. No había pensado antes que un
hombre fuera tan pesado, pero en el fondo me gustaba ejercer esa atracción, ¿los
demás hombres serian igual? No me importaba, solo quería estar con uno. Me
sentía contenta, muy feliz. Ahora no entendía por qué estaba tan preocupada
para cuando llegara el momento. Tal vez por eso no salía con chicos que yo
sabía que solo querían eso. «Sin embargo
esta noche todo ha sido natural, ha ocurrido lo que tenía que ocurrir y sin
haberlo planeado». Esa noche flipé con todos los colores del arco iris. Mi
primera noche con un hombre había sido perfecta.
(Fragmento de "Hijo de la Luna Negra")
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