Curso, 1974-75.- 17 años.
Ahora
Ni los recuerdos, ni los sueños
ni Preciosa ni Anmor,
ni tan siquiera el tictac del reloj
alejan mi
silencio.
Ahora quisiera llorar,
gritar a los demás:
¿habéis oído la brisa
llorar en la
tormenta?
Palabras y risas
caen al vacío.
Ahora, me sonríen las amapolas
mientras mi pelo lo mojan
pajaritas de
papel.
Ahora.
¿Sabes, que es saber?
Saber es… ignorar.
Yo te sé….tú me ignoras.
Ahora.
*****
Aquel invierno me estaba resultando muy triste y la melancolía envolvía mi
alma. El amor, en lugar de llevarme a la felicidad, me estaba hundiendo en un
pozo donde reinaba la soledad más absoluta. Conseguir el amor de aquella chica
de Fonelas, era como golpearse la cabeza contra una pared, una y otra vez. Mi
mente había decidido romper con ella y mi corazón se rebelaba, pobrecito. Él no
podía entender que ella no me amara. No, no lo podía entender y me hacía
sufrir. Yo si lo entendía, pero era prisionero de mi propio corazón y mientras
él no lo entendiera, poco podía hacer. A pesar de todo quería luchar y volver a
ser libre, a enamorarme otra vez. ¿Sería capaz de cambiarle a Preciosa, el
nombre?
El fin de semana fui a Huélago a ver a mis padres y regresé el domingo por
la tarde en el tren. Cuando llegué a la casa donde vivía como estudiante, en
Guadix, no encontré a nadie. Todo era silencio y dolor. Aunque tenía que
estudiar para un examen, no me apetecía, y pensé en acostarme. Ya me estaba
quitando la ropa cuando oí, a través de los cristales de la ventana, que
comenzaba a llover. Abrí la ventana y me asomé. En esas circunstancias, lo que
más me gustaba era pasear bajo la lluvia, claro que procuraba que nadie se
enterara porque eran cosas mías.
Me puse mi gabardina, me levanté el cuello y salí a la calle, el aire olía
a humedad, la tenue lluvia empapaba lentamente mis cabellos y mi corazón dejó
de sufrir. Una paz interior recorrió mi cuerpo, bajé la calle Ancha y por el
callejón de Bujez, salí al Arco San Torcuato, crucé la carretera y entré en el
Parque, solitario a esas horas de la noche, y más con ese tiempo.
El cala-bobos, nunca mejor dicho, seguía cayendo sobre mí. Las gotas de
agua sobre mi cara me sabían a caricias y me aislaban de la soledad. Caminé por
el parque, alrededor de la estatua de Pedro Antonio de Alarcón, durante un rato
hasta que me sentí lleno de paz.
Volví a la Placeta Santiago, donde se encontraba mi casa. La Vieja ya
había vuelto y después del saludo, me puso la cena. Ni Rafa, ni Agustín, ni Mari Pepa habían llegado. Ellos
vendrían el lunes por la mañana. Terminé de comer y me levanté dándole las buenas noches,
ella me preguntó:
¾ ¿Qué vas a
hacer ahora?
¾ ¿Ahora?, ¾le pregunté
yo, sorprendido por su diálogo¾. Voy a
estudiar ¾le contesté, mintiéndole.
Subí a mi
habitación y cogí una libreta y escribí: «Ahora». Y después del título, la poesía.
El sonido de la lluvia en el cristal me
acompañó durante toda la noche. Por la mañana llegó Rafa a dejar su equipaje y
nos fuimos juntos al instituto.