Hace
dos semanas pasé de nuevo por el hospital para una cirugía. Me colocaron una prótesis en la
cadera derecha que estaba muy desgastada y me provocaba mucho dolor
impidiéndome andar largas caminatas como a mí me gusta. Ahora estoy
convaleciente y no tengo ganas de escribir ni de leer. Me siento extraño,
inquieto y molesto. Me imagino que debe porque mi cuerpo detecta algo extraño y
no le gusta, pero poco a poco me voy sintiendo mejor y ya comienzo a andar un
poquito, aunque no quiero forzar y utilizo las muletas para mis paseos.
La
operación es sencilla. Te ponen anestesia epidural, la misma que a las mujeres
en el parto y los oyes trabajar como sierran y como golpean con el martillo como
si el cirujano fuera un carpintero que corta y pega los huesos. Luego te llevan
a una habitación llenas de enfermeras a la que llaman de reanimación y esperan
que pase el efecto de la anestesia, controlando tu estado en todo momento por
si necesitas transfusión de sangre o cualquier otra medida y cuando comprueban
que estas bien te llevan a la habitación.
En
mi caso, además antes de sacarme de allí, mediante un escáner, me durmieron el
nervio de la pierna operada con la intención de que pudiera dormir esa noche
porque el dolor es insoportable y los analgésico a veces no llegan a dominarlo.
De nuevo se queda la pierna como si fuera un tronco de un árbol adherido a tu
cuerpo.
No
sé si la enfermera lo hizo bien o que la dosis fue pequeña, pero a media noche
la pierna se despertó y el dolor era tremendo, pero ni siquiera se me ocurrió
llamar por el timbre que tenemos al lado de la cama, por fortuna, entró una
enfermera y al ver mi cara me dijo:
—Si te duele, ¿porqué
no avisas?
Y
se marchó volviendo con un bote de analgésico que me puso junto al gotero y
enseguida me calmó. Aunque ya no me dormí.
La
segunda noche me ocurrió algo similar, porque a eso de las cinco de la mañana se
me pasó el efecto de los calmantes y comenzó el dolor. Tampoco avisé a nadie
hasta que vino la enfermera de la mañana y me puso un bote de calmante. A
partir de entonces cada vez que me dolía se lo decía a las enfermeras que me
aumentaban la dosis de los calmantes y la cosa se llevaba mejor. Al tercer día
me levantaron de la cama y comencé a andar con un andador, el dolor era intenso
pero decían que tenía que mover la prótesis para que se engrasara y no se quedara
fija. A la semana me dieron el alta y unas muletas con las que me puedo mover, y
que aún hoy utilizo, y me fui a Roquetas para mi rehabilitación.
En
estos día he intentado escribir o leer, pero no tengo ganas de nada, solo
escribí un poema contando lo que acabo de describir pero con la visión de un
poeta.
HOSPITAL
PRIMERA NOCHE.
La pierna parece
muerta
como una rama ajena
a mí,
ya no me pertenece.
Cuando despierta,
viene acompañada
del monstruo que la
ha enamorado.
Dolor es un monstruo
de color enfermizo
que surgió de las
aguas del río
para ver la luna
sangrante
que vivía en
Granada.
Suspiro y surge un
murmullo confuso
que grita en una
lengua extraña
en el límite de lo
oscuro
y es mecido por el
viento de la habitación.
El suspiro parece
agonizante,
como el eterno rocío
cuando sale el sol,
pero yo veo un
monstruo
que me trae flores
ponzoñosas
al caer la noche en
Granada
llenando de
estridencias la habitación.
Entra la enfermera
simpática,
la que sonríe con
los ojos,
la que ve mi
sufrimiento y mi dolor.
Lo reconoce. Ella
reconoce al dolor,
entra por mis venas
para callarlo,
y lo calla, luego me
mira
y se marcha
sonriendo.
Entonces suspiro y
me duermo
soñando monstruos
que me muerden la pierna,
como zombis
sangrantes
que se apoderan de
mi sueño
y yo no puedo huir,
no puedo correr,
y me dejo morder
como si fueras tú.
A la mañana
siguiente
vuelvo a luchar contra
el dolor,
como si luchara
conmigo mismo.
SEGUNDA NOCHE
El monstruo llegó
por la noche,
parecía de roca
lúgubre en la oscuridad
y cantaba una
canción
que sabía a
desolación.
La luna carmesí me
miraba,
observaba como
temblaba la soledad,
entonces me enfurecí
como nunca,
y creé un lago de
nenúfares,
de flores blancas y
amarillas,
y creé un sol
enrojecido
por el dolor y la desolación.
Una nube tapó el sol,
y las aguas se
asustaron,
y las flores se
marchitaron,
y la luna carmesí se
marchó
cantando una
canción:
Desolación.
La pierna parece
muerta
como una rama caída del
árbol,
que poco a poco
vuelve a mí.
De nuevo me
pertenece.