CAPITULO PRIMERO
1
El
medallón
Esta historia
comenzó a forjarse con la aparición del medallón en la Sierra Pequeña, hermana
de Sierra Nevada y que los castellanos denominaron Sierra Arana. Allí, en una
cueva estrecha, que parecía una mina, pero que no había sido horadada por el
hombre, existía uno de tantos portales por el que los enviados de Dios venían a
la Tierra para cumplir con sus obligaciones.
El artífice
del medallón había sido derrotado por los arcángeles y desterrado a la
oscuridad, pero antes de ser vencido se lo había entregado a Lilith, su
enamorada, y lo había dotado de todos su poderes y de una magia aprendida de
los ángeles caídos antes de la gran rebelión. Esa magia hacía indestructible al
medallón e inmortal a su poseedor. A
través de ella, podría volver a la Tierra y vivir su eterno amor.
Cuando el
arcángel Metaniel, jefe de los seres alados, consiguió el medallón, intentó destruirlo
pero no pudo, tampoco supo eliminar esa magia y, en la entrada de aquel portal,
lo escondió, sellando la entrada para que no pudiera volver a ser utilizado. De
esta manera pensó que el problema estaba solucionado.
Eso ocurrió
hace miles de años terrestres. Estos seres superiores a los hombres, no conocían
lo imprevisible de un corazón humano y nunca pensaron que un niño pudiera encontrar
ese medallón y abrir el portal sin tan siquiera saberlo.
AA
Huélago, jueves, 8 de mayo de 1969
Don Antonio y
su mujer, la señorita Mari Carmen, también maestra de Huélago, habían acordado
con otros colegas de Moreda realizar una excursión con todos los niños de los
dos pueblos a la Fuente de los Hornajos, que está en lo alto de la Sierra, a
unos dos mil metros. A pesar de la altitud, se puede subir sin mucha dificultad
por una vereda que utilizaban los pastores.
El día
señalado amaneció totalmente despejado. Después de un invierno lluvioso con
continuos temporales que habían provocado que el campo estuviera embarrado y no
se pudiera pasear por él. Con la llegada de la primavera había aparecido el sol
y la alegría a los corazones de la gente. El barro se había secado y la tierra
comenzaba a florecer por todas partes.
Ese día, nada
más levantarse, Antonio salió a su corral para orinar, por entonces no existían
los cuartos de baño en Huélago, el sol asomaba por el Canto del Llano de la
Estación ¾Hoy
va a hacer un buen día¾
se dijo al levantar la vista. Eso era un buen presagio.
Se sentía contento,
le gustaba salir al campo y esta excursión era una oportunidad para cumplir su
sueño: subir a lo alto de la montaña. Era como si le hubiesen dado un premio
por ser tan buen estudiante. Desde la ventana de su casa, donde se sentaba para
leer, se veía la sierra y, concretamente, el lugar donde iban ahora se mostraba
como un manto verde. Soñaba que en aquel lugar vivía aventuras que otros niños
no podrían vivir jamás. Sin embargo, aunque era un lugar deseado, nunca había
ido allí; en una ocasión, y sin que su padre lo supiera, llegaron hasta la
Venta del Puntal, al pie de la sierra, muy cerca del lugar, claro que al volver,
su progenitor le calentó el culo por haber ido sin permiso. Ahora iban guiados
por los maestros y, aun así, su papá se negó en un primer momento, la sierra era muy peligrosa para un niño
¾pensaba su
padre¾, pero la
tristeza del niño, al conocer la negativa de su progenitor, fue lo que provocó la intercesión de su madre, y
al fin, pudo llevar la autorización a la escuela.
Descolgó la
trébede pequeña de la pared de la chimenea y la puso sobre el fuego, que
previamente su padre había dejado encendido antes de marcharse a trabajar a la
cantera del Cerro la Torre, colocó un cazo encima y puso un poco de leche.
Cuando estuvo caliente la echó en un tazón, añadiéndole cola cao y azúcar, la
acompañó con sopas de pan. Su madre estaba barriendo la puerta de la calle y al
darse cuenta de que se había levantado, entró rápidamente a la casa y le
preparó el macuto con una fiambrera de carne con tomate para varias personas
por si tenía más hambre, pan, una naranja y un bocadillo de tortilla para la
merienda de la tarde. Agua no necesitaba ya que había allí donde iban. En
realidad no quería llevar tanta comida pero no había manera de convencer a su
madre de que con un par de bocadillos le sobraban para pasar el día.
Todos los
niños participantes debían estar a las ocho de la mañana en la puerta de la escuela.
Antonio ni siquiera miró el único reloj de la casa que estaba sobre la cornisa
de la chimenea, en cuanto apuró el tazón del desayuno, cogió el macuto y se lo
colgó a la espalda. Salió corriendo de la casa y en unos minutos estaba en la
puerta de la escuela. La mayoría de los niños ya estaban allí aunque aún
faltaba un rato para la hora de salida. Los maestros en cambio llegaron a la
hora justa, para eso habían planificado al detalle le excursión. Reunieron a
los niños por clases y cursos y pasaron lista. En esta ocasión, no les
preocupaba que comenzaran las clases y todos estaban contentos de estar allí. Poco
después llegaron las maestras y las niñas que se habían reagrupado en las
Escuelas Viejas, que eran las escuelas de las niñas. En aquellos días la enseñanza
en España estaba separada por el sexo de los alumnos. Las niñas en una escuela
y los niños en otra.
Don Antonio
les dio las últimas instrucciones y comenzaron a caminar por la orilla de la
carretera en fila de a dos. En el paso de la Rambla, algunas madres aguardaban
el paso de los niños para decirles adiós y darle las últimas recomendaciones
sobre cómo debía ser su comportamiento. Al llegar al llano, después de subir la
Cuesta de Atascadero, comenzó a generalizarse un murmullo ante la visión de la Sierra,
«allí, allí vamos a subir». En el
paso a nivel del tren, las cadenas estaban echadas y el guarda, Gabrielillo, vigilante
por si algún niño cometía una imprudencia. La alegría de los niños se desbordó
cuando pasó el tren. La fila se rompió y los niños gritaban «adiós, adiós» a los asombrados pasajeros
que se asomaban por la ventanilla. El guarda esperó el tiempo estipulado y
quitó las cadenas para que pasaran. Poco después, los maestros se encontraron
con otro problema al llegar al cruce con la carretera nacional. Aunque había
poco tráfico eran muchos los niños y los mandaron parar, para organizarse. Unos
maestros se pusieron a vigilar si venía algún coche y los demás, a ambos lados
de la calzada, les iban diciendo cuando podían pasar. Cuando terminó la
operación siguieron por la carretera de Bogarre hasta el cortijo de Las Grajas,
que era el punto de reunión con los niños de Moreda. Los alumnos del pueblo
vecino todavía no habían llegado y decidieron esperarlos jugando al fútbol en
una de las eras. Cuando estuvieron todos juntos organizaron a los niños en fila
y subieron por la vereda de los pastores que llevaba a la Fuente de los
Hornajos. Una hora después ya estaban bebiendo agua en la fuente. Allí les dieron
libertad de hacer lo que quisieran, siempre que no se salieran de la zona que
ellos podían controlar con la vista, es decir, la explanada.
La rivalidad
entre los dos pueblos se extendía a todos los ámbitos. Naturalmente el fútbol
era el máximo exponente y organizaron un partido. Se eligió a once jugadores
por cada equipo y a dos maestros, uno de cada pueblo, como árbitros, los demás
se pusieron a animar desde la orilla. A los que no les interesaba este deporte
se fueron a explorar por los alrededores. Jugar un partido de fútbol a dos mil
metros de altura no era problema para aquellos chavales que no se estaban
quietos ni un momento, la dificultad estaba en que se jugaba en la ladera de
una montaña. Se estableció que el que echara la pelota fuera, debía de ir a
buscarla. Aunque había dos balones para jugar, siempre había algún patoso que
echaba la pelota barranco abajo y tenía que ir a por ella, mientras, se jugaba
con la otra, pero al poco rato también había que ir a recogerla y claro, no
había otra opción que esperar a que volviera alguno con una pelota para seguir
jugando. Por fortuna, unos cientos de metros más abajo, había un bosquecillo de
chaparros que retenían los balones e impedían que se perdieran. El partido duró
hasta la hora de comer. No ganó ningún pueblo, empate. Después, el almuerzo y
la siesta.
En la
explanada solo había un árbol, que fue ocupado por los numerosos maestros. El
resto, al sol, no aguantó mucho rato y, en cuanto los vigilantes se tumbaron
para echar la siesta, se fueron a explorar para no aburrirse. Uno de los niños,
Antonio, les propuso a sus amigos ir hasta el pico más alto, que se veía desde allí.
Antes de llegar encontraron unas rocas que les permitía jugar al escondite y rápidamente
eligieron a uno para que los buscara, los demás corrieron a esconderse. Antonio se escondió junto a una abertura
tapada por una enorme piedra de más de dos metros de alto que aguantaba
estoicamente de pie, pero que las inclemencias parecían querer derribar.
Aquello le
llamó la atención. Parecía que la piedra tapaba la entrada a algún lugar
desconocido. Eso estimulaba su imaginación y deseó saber que podría haber
escondido allí. Cuando terminaron de jugar, decidió enseñárselo a sus amigos.
¾ ¿Y
si la tiramos y entramos a ver lo que hay? ¾les
propuso Antonio.
¾ ¡Vale!
¾gritaron los
demás.
Se subieron
todos, sentándose uno al lado de otro, poniendo los pies sobre la roca y empujando
con todas sus fuerzas. Era más la ilusión que ponían que la fuerza que lograban
hacer. Sin embargo los miles de años que la piedra llevaba de pie pareció hacer
efecto y esta cedió imprevisiblemente. Primero
volteó sobre si misma ante el susto de los niños, luego comenzó a girar
barranco abajo hasta que tropezó con un grupo de chaparros y se detuvo.
Los niños se
quedaron anonadados ante las repercusiones que podían tener si los maestros los
descubrían. La piedra al caer comenzó a formar un gran estruendo y los niños,
asustados, miraban la explanada. Los maestros estaban tumbados bajo el árbol
echando la siesta pero uno de ellos que no dormía se levantó para ver de donde
procedía ese ruido e intentó otear el horizonte. Ellos se escondieron y
vigilaron para ver que hacía, pero desde su posición, aquel individuo no podía
ver nada y volvió a tumbarse bajo el árbol pensando que sería algún animal.
La abertura
que había quedado al descubierto parecía la entrada de una mina, pero muy
estrecha. Tendría un metro de ancho y dos metros de alto. Justo para un hombre.
El grupo de niños miraba aquella entrada oscura, deseosos de entrar pero con
miedo ante lo que hubiera en el interior. Eran valientes, pero temían a lo
desconocido. Uno de ellos, que fumaba a escondidas, llevaba una caja de
cerrillas en los bolsillos. La sacó y la enseñó, ofreciéndola.
¾ ¿Quién
entra primero?
¾ Dame,
vamos a ver hasta dónde llega ¾dijo
Antonio cogiendo la caja de cerillas¾¿solo
te quedan cinco o seis mistos?
¾ Vemos
lo que hay y si nos gusta venimos otro día con una linterna ¾propuso Agustín.
¾ ¡Vale!
Vamos.
Antonio se
levantó y comenzó a andar por la abertura, en cuanto llegó a la oscuridad se
paró, intentó adaptarse, pero no veía nada. Del interior salía un olor extraño,
parecido al azufre y a tierra mojada; el aire estaba viciado y le costaba
trabajo respirar con normalidad. Le dio miedo pero ya no podía volverse atrás.
¾ ¿Qué
pasa? ¾preguntaron
enseguida.
¾ Enciende
ya el misto ¾le gritaban.
Encendió la
cerilla y, con el brazo en alto, comenzó a andar; el olor a humedad se
incrementó conforma avanzaba. La luz era tan tenue que andaban sin ver casi
nada. Apuró la cerilla hasta que se quemó los dedos y encendió otra. Con cada
encendido andaban unos pocos metros, así no llegarían muy lejos. Aunque no
veían lo que había alrededor, la emoción era tan grande que no se percataban
del peligro que corrían ya que podían encontrarse un agujero y caer por él. Uno
de los niños descubrió algo extraño en aquel túnel.
¾ ¡Las
paredes son amarillas! ¾gritó
Juanito.
Encendió una
nueva cerilla y todos se concentraron en ese descubrimiento, ahora el reflejo
aumentaba la luz y podían ver sus sombras reflejadas en la otra pared.
¾ Es
verdad, ¡qué piedra tan lisa! ¡qué bonita! Esto es un mineral ¾ decía emocionado Antonio.
¾ ¿Será
oro?
¾ No,
imposible, el oro está en pepitas.
¾ No,
no, esto es oro puro.
¾ Hemos
descubierto un tesoro.
La cerilla se
apagó y todo se quedó oscuro. La impaciencia se apoderó de ellos.
¾ Enciende
otra, que no se ve nada.
¾ Ya
no quedan más ¾les comentó
consternado Antonio.
¾ Entonces
no podemos seguir. Vamos a decírselo a los maestros.
Con las manos
puestas en la pared comenzaron a retroceder para salir de la cueva, salvo
Antonio que miraba asombrado un punto de luz que brillaba más adentro. Mientras
sus compañeros salían fuera de la cueva, él se puso de rodillas y comenzó a
andar a cuatro patas en dirección contraria buscando ese punto de luz. Cuando
la tuvo a su alcance dudó qué hacer. Finalmente tocó con su mano esa fosforescencia
y todo se iluminó, como si se hubieran encendido todas las bombillas del
universo. Entonces pudo verlo todo con claridad. Se encontraba en una cueva no
muy amplia, con las paredes y el suelo de color amarillo y su resplandor
quemaba los ojos. La luz parecía salir de un medallón viejo que había en el
suelo. Lo cogió y lo miró detenidamente. Pudo observar la cara de una mujer en
el anverso y unas runas en el reverso. Del medallón colgaba también una cadena ¾esto parece de hierro, pero pesa poco, será un
tesoro de los moros¾pensaba
mientras admiraba todo aquello.
No entendía
que estaba pasando pero algo le decía en su interior que se lo guardara en el
bolsillo, lo hizo y la luz se apagó quedando en completa oscuridad. Se acercó a
una pared y con las manos tocándola, como si fuera un ciego, se dirigió a la
salida. En ese momento aparecieron don Antonio y varios maestros con una
linterna.
¾ ¿Qué
haces aquí a oscuras?, dime, ¿quién te ha dado permiso para entrar en esta
cueva? ¾comenzó
diciendo muy cabreado.
¾ Todo
es amarillo ¾balbuceo
Antonio, sin saber que decir.
¾ ¿Amarillo?
¿Y qué? Amarillo te vas a poner cuando se lo diga a tu hermana Nicolasa.
Los maestros se
aproximaron a la pared y estuvieron examinándola y discutiendo si era cuarzo o
calcita, desde luego no era oro como habían pensado los niños.
¾ ¡Vámonos!
Hay que llevarlos a la fuente antes que le ocurra algo a alguno ¾ordenó un maestro.
Salieron todos
de la cueva bajo la luz de la linterna de don Antonio, fuera todos los niños
esperaban agrupados para ver el tesoro de oro que habían encontrado.
¾ ¡Todos
a la explanada!¾ordenaron los
maestros.
¾ ¿Y
el tesoro? ¿Dónde está? ¾preguntaban
los niños.
¾ No
hay tesoro, solo son piedras amarillas.
¾ Seguro
que hay un tesoro y decís que no, y por la noche venís y os lo lleváis ¾comentaba otro niño en voz alta.
La carcajada
fue general, Antonio guardó silencio, no quería decir nada sobre lo que había
encontrado, ni siquiera a sus mejores amigos, si lo enseñaba lo perdería y algo
le decía que debía protegerlo de otras gentes.
Volvieron
todos a la explanada y prepararon la vuelta. Cada maestro reagrupó a sus
alumnos para que nadie se quedara atrás y comenzaron la bajada hasta el cortijo
de Las Grajas. Antonio, en cuanto pudo se apartó un poco y, escondido detrás de
una retama, sacó el medallón de su bolsillo y lo pudo observar mejor, a la luz
del sol la imagen parecía más bonita. ¿Quién será esta mujer? ¿Cuánto tiempo
llevará en la cueva? ¾Se
preguntaba¾ El tacto le
resultó extraño, y no parecía caliente ni frío. No tenía ningún punto luminoso
ni nada especial que se reflejara salvo la luz del sol. Pero en la cueva había
brillado, de eso estaba seguro. La luz que salía del medallón había iluminado
toda la cueva y se había apagado cuando iban a llegar los maestros. A lo mejor
era un medallón mágico con poderes.
Lo guardó en
el macuto y se unió a sus amigos. En el cortijo volvieron a jugar un partido de
desempate. El único lugar donde podía jugar era una “era” de las que usan los
agricultores paras trillar los cereales, solo tenía un inconveniente y era que
el suelo era de piedras. Eso hizo que muchos no quisieran jugar por el peligro de
romperse una pierna. De nuevo la contienda quedó en tablas ya que nadie metió
un gol.
Al terminar el
partido, uno de los niños que había participado dijo que le habían robado un
reloj de pulsera y los maestros pidieron que se lo devolvieran, pero nadie lo
hizo. Entonces apartaron a los que se encontraban cerca de donde decía que lo
había dejado y decidieron registrar los bolsillos y los macutos de cada uno.
Antonio no
había jugado, pero se encontraba cerca del lugar. Se puso nervioso e intentó
separarse del grupo con disimulo, pero los maestros lo impidieron. Ya habían
registrado a la mitad de los niños cuando alguien se acordó que lo había visto
guardar el reloj en su macuto. Comprobaron el bolso y allí lo encontraron.
Nadie lo había robado. Aquello sirvió de cachondeo durante un buen rato.
Los maestros
de cada pueblo organizaron de nuevo a los niños, contándolos y comprobando que
estaban todos, y los pusieron de nuevo en fila de a dos para andar por el borde
de la carretera. Al llegar al cruce, cada grupo tiró para su pueblo. Al
separarse, algunos niños gritaban consignas contra el otro pueblo, pero los
maestros ordenaron silencio y consiguieron que la excursión no terminara en
pelea.
Antonio
realizó el camino de regreso intranquilo e impaciente. Le preocupaba que
alguien se diera cuenta de lo que llevaba en el bolsillo y se lo quitaran. Cuando
llegó a su casa, parecía que alguien le decía que guardara aquel objeto y
rápidamente corrió a depositarlo en su escondite secreto que se encontraba detrás
de la puerta de acceso a la planta alta de la vivienda, debajo de un ladrillo
rojo de arcilla, en cuyo hueco Antonio guardaba sus tesoros.
Yo, entonces, vivía
en París, tenía ocho años y disfrutaba de una infancia feliz. Por nada del
mundo podía imaginar las aventuras que me esperaban en aquella tierra.
AAA
2
El
Instituto
Miércoles, 20 de octubre de 1976.
Aquí aparezco
yo. Apenas si llevaba un mes viviendo en Guadix cuando comenzó el curso escolar
en el liceo. Mi madre y yo habíamos heredado un viejo palacio y una cuenta
bancaria con mucho dinero, procedente de una herencia de mis abuelos paternos,
que habían fallecido en esta ciudad. Como mi padre había fallecido, la heredera
era yo, pero las decisiones las tomaba mi madre y para mi sorpresa, ella decidió
vivir aquí y yo no tuve más remedio que aceptarlo. Me matriculó en el liceo,
que aquí llaman instituto, para hacer el bachiller español. Comenzaba el curso
y tenía la obligación de ir a clase. ¡ Mon Dieu! Que tortura.
Sonó el
despertador que mi madre había puesto junto a la mesita de noche. Lo apagué de
mal humor y me levanté, sabía que si no lo hacía, ella entraría y me
despertaría bruscamente. Semidormida y con los ojos casi cerrados llegué al
cuarto de baño. No pude evitar mirarme al espejo, sin gafas, parecía un ser
borroso, hacía frio y me apetecía volver a la cama y seguir durmiendo. Hice mis
necesidades y abrí los grifos del agua regulándolos hasta que salió templada,
me puse un gorro para no mojarme el pelo y me metí en la ducha, el contacto con
el agua me abrió los ojos espabilándome lo necesario para comenzar el día.
Cuando me
vestí, mi madre ya tenía listo el desayuno: “pain et confiture”, como no
tenemos baguettes, utilizamos pan de barra abierto y le untamos mermelada y
mantequilla acompañadas de un vaso de leche con cola cao y unas magdalenas.
Echaba de menos los cruasanes y brioches pero tampoco quería engordar mucho.
No había
terminado cuando mi madre ya estaba lista para acompañarme. No dije nada porque
llevábamos una semana discutiendo sobre la conveniencia de que me acompañara al
instituto el primer día de clase. Como no estaba conforme con su imposición le
quise fastidiar y me fui al cuarto de baño, no sé a qué. Me miré al espejo y me
encontré con una chica triste que me dio pena, mi pelo largo y ondulado,
pelirrojo, parece que está hecho de rastras, mis gafas que ocupan toda la cara
me dan una sensación repelente; tal vez si me arreglara el pelo y no necesitara
gafas podría parecer guapa y gustarle a los chicos, pero así me sentía fea y
poco atractiva. A mis catorce años ningún chico se había fijado en mí y ahora
no iba a ser diferente. Esa era la actitud con la que comenzaba una nueva etapa
de mi vida.
Después de
varias llamadas de mi madre, ya desesperada porque pudiera llegar tarde,
respiré hondo y salí con nuevas energías. «Aunque
sea fea me puedo comer el mundo» me dije para mí y desde luego pensaba cumplirlo. Naturalmente mi
madre utilizó el coche, aquí la gente no anda por la acera sino por la calle y
conducir es una temeridad, pero me llevó hasta la puerta del instituto sana y
salva, y sin atropellar a nadie.
Me dio un beso y me dejó bajarme del coche. Por fin me sentía
libre, cómo sabía que me observaba, no quise parecerle miedosa,
eché el pie derecho y entré muy decidida. Ya había comenzado el curso pero mi
madre me había aconsejado retrasar unos días mi llegada por miedo a las
novatadas de los primeros días. Me dirigí a la Secretaría y pregunté cuál era
mi clase, se sorprendieron de mi acento francés, siempre que abría la boca
alguien se sorprendía. No me gustaba España. No entendía por qué mi madre había
decidido vivir en este país, solo habíamos heredado una casa y un poco de
dinero de mis abuelos paternos, eso no era suficiente para cambiar Paris por
Guadix, un pueblo pequeño e insignificante donde hacía un calor espantoso y
solo tenían abanicos para refrescarse. ¡Dieu, cuánto retraso!
Aquí no
conocía a nadie, ni había encontrado a alguien interesante; todos mis amigos
habían quedado allí, bueno, tampoco tenía tantos amigos, realmente solo tenía
dos amigas, los demás vivían muy lejos para considerarlos amigos.
Me dijeron dónde
estaba mi clase y me dirigí a ella. Entré y me fui al fondo del aula, casi
todos los bancos estaban vacíos y los pocos alumnos que había charlaban agrupados.
Cómo no sabía dónde sentarme me decidí a preguntarles.
¾ Buenos
días, soy nueva, ¿dónde hay un asiento libre? ¾
dije intentando disimular mi acento, si no fuera por la maldita erre lo hubiera
conseguido.
¾ Yo
no tengo compañera, siéntate conmigo….allí. ¾Me
contestó una chica que también llevaba gafas como yo, señalándome el lugar.
Me senté donde
me dijo esa chica intentando pasar desapercibida. Saqué un cuaderno y un
bolígrafo y los puse encima de la mesa. Alcé la cabeza y estaba rodeada de
chicas y chicos.
¾ ¿Eres
extranjera?
¾ ¿Eres
francesa? ¾me preguntaban
observándome como si fuera un mono de feria.
¾ No,
soy española, pero vivía en Francia.
¾ ¿En
qué parte de Francia? ¿En Paris?
¾ Sí,
vivía en Paris, ¿pasa algo?¾comencé
a sentirme molesta.
En ese momento
llegó el profesor de historia y todos corrieron a sentarse. Durante cinco
minutos el murmullo fue general. Yo estaba sorprendida por el poco respeto que
tenían los alumnos, solo cuando pasaron unos minutos el profesor alzó la cabeza
mirando fijamente a los que hablaban y consiguió que todos callaran.
¾ Buenos
días, veo que tenemos gente nueva en clase ¾dijo
como saludo para todos.
Me di por
aludida y me levanté. Era mi primer día de clase y tenía que presentarme.
¾ Soy
Anik Calvet, perdón Segura Calvet.
¾ Si,
aquí te tengo en la lista, ¿eres francesa? ¾esta
vez era el profesor el que me preguntaba¾
Bueno Aní, no te preocupes, cuando no entiendas algo, me preguntas, no te
cortes, y que Carmen te ponga al día de lo que hemos dado.
¾ Carmen
soy yo ¾me dijo bajito
mi compañera.
¡Merde! Aquí
todos dicen Aní y yo soy Anik, no se enteran de que pronuncian mal. ¡putain! Me
van a cambiar el nombre. ¿Y qué puedo hacer, escribírmelo en la frente?
Mientras
explicaba, el profesor andaba por toda la clase y, en un momento dado, se
acercó a mi lado y se inclinó para ver lo que escribía en la libreta, me sentí
mareada, como en una burbuja en la que flotaba y giraba dando vueltas
ininterrumpidamente. Mi corazón se aceleraba
cada vez que me miraba o se acercaba a mi asiento. Al terminar la clase
volví a sentir normal. Pude comprobar que era su presencia la que trastornaba
mi espíritu. En cuanto salió el profesor, mi compañera me comentó:
¾ Se
llama Anael, yo sé dónde vive.
¾ ¿Eso
es un nombre?
¾ Es
un nombre raro, pero está buenísimo
¾ Ya
lo veo, pero es un profesor.
¾ ¿Y
qué? si no se entera nadie.
¾ ¡Ah!
Lo dicho, los
alumnos aquí no respetan a los profesores como docentes, los ven como hombres y
eso no es bueno. Al momento, todos volvieron a acosarme a preguntas, preferí
contestar para ver si me dejaban en paz. Era como su juguete nuevo y todos
querían jugar conmigo, pero a mí me agobiaban. Cuando llegó el recreo mi
compañera me cogió de la mano y me dijo:
¾ Vamos
que te tengo que poner al día de todo el instituto.
Cuando el
profesor le dijo que me pusiera al día, se refería a la asignatura, pero ella
consideró que tenía que informarme de todos los cotilleos del instituto. En el
fondo me vino bien, con ella no me aburrí.
El viernes por
la tarde, Carmen vino a buscarme a mi casa y me llevó a pasear por el Parque.
Parecía que se había tomado la obligación de ser mi anfitriona en la ciudad. Me
enseñó las tiendas de ropa y los lugares que, como mujer tenía que conocer.
Naturalmente, me presentó a todos los chicos que nos encontramos por la calle.
Carmen no era muy agraciada, yo tampoco, pero tenía una gran facilidad para
hacer amigos.
Los siguientes
días tampoco fueron tranquilos, al contrario que en París, donde los chicos no
me hacían ningún caso, aquí me convertí en el centro de atención, al menos los
primeros días. Todos querían acercarse y hablar conmigo. Claro que algunos solo
deseaban oír mi acento, ¡imbéciles! Poco a poco fui conociendo a la gente y
seleccionando mis amistades. Me sorprendí haciendo tantos amigos, yo, “una chica tímida”, que apenas si había
forjado un par de amistades en mi niñez y solo porque vivían en el mismo bloque. Aquí la gente era
diferente, se abrían con facilidad. Sin darme cuenta yo también lo hice y
comencé a sentirme mejor.
Yo no quise
venir a España, a mi madre se lo he dicho infinidad de veces, y menos quedarme
a vivir. Era como si me hubiesen condenado por ser adolescente. Como menor de
edad no podía negarme, y me resigné. Sin embargo, bastaron dos días para que mi
amargura inicial se fuera diluyendo en un sueño de esperanza. Porque sobretodo
era una soñadora empedernida.
El lunes por
la mañana, camino del liceo, a la altura de la catedral, me crucé con un chico
que me miraba fijamente, como embobado, parecía mayor que yo; no era guapo,
tenía el pelo largo y la nariz prominente, luego comprobé que me seguía.
Llevaba una carpeta y deduje que también iría al instituto. No lo sabía. No
volví la cara. Tampoco se acercó a mí. En el recreo Carmen y yo salimos a
pasear comiendo pipas por el Camino del Cementerio, andando nos juntamos con
otros compañeros y formamos un grupito diverso de chicas y chicos.
En un momento
dado Carmen se paró para hablar con otra amiga, seguramente para recabar
información sobre alguien, y me quedé hablando con Loli, una chica de segundo, morena
y muy guapa que rebosaba simpatía. Al darnos la vuelta un joven estaba parado
observándonos y sonreía. Era el chico de la mañana. Cuando llegamos a su altura
se dirigió a Loli:
¾ Hola,
¿qué tal? ¾se acercó
dándole dos besos.
¾ ¿Ya
has vuelto, Antonio? ¾le
contestó sonriente.
¾ Sí,
vine el domingo, hoy es mi primer día de clase. ¿Cómo te va?
¾ Bien,
muy bien.
Entonces metió
su mano en el bolsillo, sacó una rosa y se la entregó sonriendo.
¾ Para
ti ¾le dijo, ¡Mon
Dieu! ¡Qué romántico!
En ese momento
creí que había hecho magia y la flor había aparecido por encanto. Pero no.
¾ Gracias,
no se te olvida que me gustan las rosas. ¿Cómo te ha ido este verano?
¾ Trabajando.
¾ ¿Y
tus amores? ¾le preguntó
sonriendo.
¾ Sigo
lo mismo, he intentado olvidarla, y pensaba que había tenido éxito, pero en
cuanto he llegado, lo primero que he hecho ha sido ir a buscarla al instituto
de abajo.
¾ ¿Y
qué te ha dicho?
¾ No
la he encontrado, y vengo con el corazón roto. ¿Y tus amores?
¾ A
mí nadie me quiere, ya lo sabes ¾me
sorprendió que una chica tan guapa dijera eso.
¾ Eso
es imposible ¾le dijo
mirándola a los ojos. Entonces se dio cuenta de mi presencia.
¾ ¡Ah!
Esta es Anik. Está en mi clase, y este es Antonio, un amigo¾por fin nos presentó.
¾ Hola
Anik, la cogí esta mañana para ti.
De nuevo
apareció una rosa en su mano y me la entregaba sonriendo. Yo lo miré
sorprendido. Me dio dos besos en las mejillas.
¾ No
seas embustero, esta mañana no me conocías.
¾ ¿Por
qué te iba a mentir?, esta mañana te he visto y he sentido la necesidad de buscarte.
He cogido una rosa para Loli y otra para ti, sabía que te iba a conocer.
¾ Bueno,
bueno, yo me voy y os dejo solos ¾dijo
Loli marchándose y uniéndose a otro grupo.
Nos quedamos
solos, mirándonos, y comenzamos a andar despacio.
¾ ¿No
eres muy lanzado?
¾ No,
no, no me interpretes mal. No pretendo ligar.
¾ Me
da igual, paso de chicos.
¾ Eso
me gustaría a mí. Pero mi corazón necesita amar o se muere.
¾ El
romanticismo ya no se lleva.
¾ Lo
sé, pero yo voy siempre a contracorriente, soy romántico por naturaleza y me
gusta ser así.
¾ A
mí me gustan los chicos románticos…quiero decir sensibles…no quiero decir que
me gustas tú, bueno, tampoco que no me gustas, bueno…
¾ Ja,
ja, ja, no te preocupes, estoy acostumbrado a que me cuenten sus penas y se
enamoren de otro…ese es mi sino.
¾ Podemos
ser amigos, ¿no te parece?
¾ Por
supuesto, cuando te he visto esta mañana he sentido la necesidad de buscarte.
¾ ¿Y
dices que no quieres ligar?
¾ No,
te pareces a alguien que conozco, pero no recuerdo a quien.
¾ Antes
has hablado con Loli de una chica del otro instituto, ¿es tu novia?
¾ No,
ya quisiera yo. Estoy enamorado de ella desde hace varios años, pero no me
corresponde y quiero olvidarla pero no lo consigo.
¾ Entiendo…
¿en qué clase estás?
¾ En
el C,
en COU
C.
¾ ¿COU?
¾ El
curso de orientación universitaria.
¾ ¡Ah!
Todavía no conozco bien algunas cosas.
¾ Nosotros
hemos hecho el bachiller antiguo que era de seis años, tú haces el bachiller
nuevo que es de tres.
¾ Sí,
eso sí lo sé. ¿Qué edad tienes?
¾ Tengo
diecinueve, en marzo cumplo los veinte.
¾ ¡Ah!
¾ ¿Te
parezco mayor?
¾ No,
me gustan los hombres mayores…no, no quiero decir eso…
¾ Tranquila,
que ya te he entendido. Comencé a estudiar un par de años más tarde de cuando
debía. Por eso soy un poco mayor que mis compañeros. ¿Y tú?, como decís
vosotros, ¿cuánto eres de vieja?
¾ Muy
vieja, tengo catorce años y en marzo cumplo los quince.
¾ ¿En
marzo? ¿Qué día? Tengo varios amigos que cumplen años en marzo.
¾ El
día seis.
¾ Yo
también, cumplimos años el mismo día. ¡Qué casualidad!
¾ ¡Oh
là là! qué casualidad.
Hablando y
hablando, entusiasmados con la conversación, habíamos llegado a la puerta de mi
clase. Se despidió y se marchó.
Los siguientes
días me centré en planificar las asignaturas. Con algunos profesores tenía
dificultad para entenderlos y me leía primero los temas. Mi español no era muy
fluido, me encontraba un poco sorprendida por la manera de hablar de esta
gente, con una pronunciación muy rápida y cerrada que a veces me producía una
sensación de sordera porque no me enteraba de lo que decían.
En los
recreos, me quedaba en clase pese a la insistencia de Carmen de pasear con el
libro debajo del brazo y por la tarde venía a buscarme a mi casa y nos íbamos
al Parque. El viernes, al atardecer, volví a encontrarme con Antonio. Estaba yo
sentada en un banco y mi amiga había ido a los quiosquillos a comprar pipas
cuando se sentó a mi lado.
¾ La
soledad me ha dicho que estabas aquí.
¾ ¿No
sabes saludar?
¾ ¡Hola
Soledad!
¾ Me
llamo Anik
¾ Ja,
ja, ja,… bromeaba. ¿Cómo estás?
¾ Muy
bien, y no estoy sola, estoy con Carmen.
¾ Lo
sé, la he visto irse.
¾ Ha
ido a comprar pipas, volverá enseguida. ¿Vas a ver a tu chica?
¾ Yo
no tengo chica que ver, salvo a ti, anoche soñé contigo.
¾ ¿Has
terminado con ella?
¾ Bueno,
nunca empecé, antes venía a verla aquí todas las tardes porque iba a su pueblo
en el transporte escolar que salía de los quiosquillos. Este año se ha venido a
vivir a Guadix. Pero ya no nos vemos.
¾ Lo
siento, no quería molestarte.
¾ No
me molesta, tengo que olvidarme de ella.
¾ Pues
un amor se olvida con otro amor.
¾ En
ese caso tendré que enamorarme de nuevo. Me voy a mi pueblo a ver a mis padres.
Nos vemos el lunes ¾me
dijo levantándose y colgándose la mochila.
¾ ¡Vale!
¿De dónde eres?
¾ Yo
soy de Huélago, está a unos treinta kilómetros.
¾ ¿Has
dicho Huélago?
¾ Sí,
es un pueblo pequeño.
¾ Tiene
una sierra al lado.
¾ Sí,
¿lo conoces?
¾ No,
solo aparece en mi sueño.
¾ ¿Y
eso? ¿Qué es lo que sueñas?
¾ No
lo sé, solo es una luz amarilla muy fuerte y alguien que dice: «allí está Huélago».
¾ Te
estás quedando conmigo.
¾ No,
no, lo sueño casi todas las noches. ¿Anoche soñaste conmigo? ¿Qué soñaste?
¾ Desde
que te conocí tengo el mismo sueño todas las noches. Eso es muy raro, quizás te
pueda ayudar, pero si no corro voy a perder el tren. El lunes hablaremos de
este tema.
Se marchó casi
corriendo, me quedé sorprendida y dándole vueltas a la cabeza. No entendía
nada. Bueno, presentía que en ese lugar estaba la clave de mi existencia pero
hasta este día no sabía que era un pueblo.
AAA
3
La
dueña del medallón
Martes, 2 de noviembre de 1976.
El fin de
semana lo pasé preocupada por la conversación con Antonio, algo me decía que mi
vida estaba relacionada con la suya, pero no sabía qué. ¿Me habría enamorado?
No, bueno tampoco me he enamorado nunca, ¿cómo sabré cuando estoy enamorada?
Ja,ja,ja,… ya me enteraré.
El lunes fui
al instituto deseando de ver a mi nuevo amigo. Me esperaba en la puerta de
clase hablando con Yusy, otra chica que era de su pueblo. Me paré junto a él,
me miró sonriente, primero a los ojos y luego creo que a mi boca, o tal vez a
mis tetas, eso me desconcertó.
¾ Tengo
un regalo para ti ¾me dijo.
¾ ¿Qué
es?
¾ Espérame
en el recreo, vendré a verte.
¾ ¡Vale!
Las dos clases
se me hicieron eternas, intuía que algo iba a ocurrir, cuando sonó el timbre me
quedé en mi mesa, esperando. Enseguida se me arrimaron unos cuantos compañeros
intentando ligar, como todos los días, parecía que algunos tenían la obligación
de abordar a las extranjera, y si era francesa, más. Antonio sonreía desde la
puerta, me levanté y me dirigí hacia él.
¾ ¡Vamos!
¾me dijo como
saludo.
¾ ¡Vamos!
Salimos del
instituto y en lugar de ir por donde todos los días paseábamos, me llevó a la
izquierda, hacia lo que me dijo era la ermita de San Antón que estaba en una
era. Hacía un viento frío que helaba la cara. Llegamos a la puerta, entramos y
nos sentamos en un banco de madera.
¾
Es la primera vez que me la encuentro
abierta —me
dijo para romper el hielo¾
aquí no viene nadie y podemos hablar tranquilamente.
Yo no le
respondí, me sentí tensa y asombrada de que su bolsillo brillara. Cuando se dio
cuenta se asustó y sacó un medallón. Brillaba como si fuera un sol, irradiando
una luz amarilla por todos lados.
¾ Cuando
lo encontré brilló por un momento, no había vuelto a brillar hasta ahora. El
medallón me habló y me dijo que lo escondiera hasta que apareciera su dueña.
Ahora me ha dicho que te pertenece. Tómalo, yo he cumplido mi papel.
¾ No
entiendo nada.
¾ Yo
tampoco. Mira la mujer, se parece a ti.
Lo cogí entre
mis manos y observé detenidamente el rostro de aquella mujer que tanto se me
parecía. Pero no entendía qué significaba aquel medallón que parecía tener
magia. Tal vez aquella mujer representada en el anverso fuera una antepasada
mía, no sé, tal vez. Lo giré para ver el reverso y me quedé perpleja al poder
leer aquella escritura hasta hoy desconocida para mí. Miré a Antonio más
asombrada de lo que ya estaba.
¾ ¿Sabes
lo que dice ahí? —me preguntó, imaginando lo que yo estaba pensando.
¾ Sí.
¾ ¿Y
cómo lo sabes?
¾ Solo
sé que lo sé.
¾ ¿Y
qué dice?
¾ «Repite el juramento y volveré a
ti»
¾ ¿Qué juramento?
¾ No lo sé.
¾ ¿Quién volverá?
¾ No lo sé —contesté contrariada.
¾ ¿Te habla?
¾ Ahora no.
¾ ¡Joder! Esto es de locos.
Oímos jaleo en
la entrada y me colgué el medallón en el cuello metiéndolo dentro de mi jersey,
su tacto era cálido y agradable. La luz se apagó. En ese momento entraron dos
señoras con escobas y cubos de fregar y se pusieron a limpiar la ermita. Oímos
el timbre del instituto, que señalaba el fin del recreo y nos fuimos a clase.
Al salir nos
dio frío, el viento soplaba con fuerza y el cielo se había vuelto de un rojo
incandescente. Aligeramos el paso, un poco asustados al ver como el rojo se
volvía completamente negro, el día se oscureció como en una noche polar.
Durante una semana no salió el sol, pero la vida cotidiana siguió como todos
los días, salvo por un hecho que conmovió a todo el instituto, la hospitalización
de Leoncio, el profesor de matemáticas.
Una semana
después mandaron un sustituto y ¡Dieu! qué bueno estaba. Si hubiera una medida
para calibrar la belleza, hubiera obtenido la máxima puntuación, y no era yo
sola la que opinaba eso, sino todo el mundo femenino, incluidas las profesoras.
Pero a mí eso no me afectaba, con mis cuatro ojos y mi fea cara, yo era
invisible. Al menos estaba entre las afortunadas que lo tenían como profesor de
matemáticas.
Yo no me
separaba del medallón, ni siquiera para ducharme, pero la luz no se había
vuelto a encender. Algo me decía que debía de llevarlo siempre conmigo. Aunque no
sabía cómo se activaba aquello, ni tampoco para que servía, si es que servía
para algo, pero algo mágico debía de tener porque yo supe leer aquellas runas
sin problemas. Los siguientes días hice y dije de todo pero no se activó ni dio
señal alguna. A lo mejor se le habían gastado las pilas. Pensé que no debía
obsesionarme con los posibles poderes del medallón y continuar con mi vida
normal que ya de por sí, tenía bastantes novedades como para entretenerme.
Con la llegada
del nuevo educador me olvidé del medallón. Bueno, no es que me olvidara de él
sino que al no mostrar ningún poder pensé que ocurriría como le había pasado a
Antonio, que brilló una vez y se apagó sin que ocurriera nada y lo seguí usando
pero como adorno. Tal vez se active solamente al cambiar de dueño.
Samael, que
así se llamaba el nuevo profesor, era muy alto y delgado, de piel morena y ojos
negros como su pelo. Tenía la cara redonda y la sonrisa angelical, como las
estampas que te regalan en algunas iglesias. Su cuerpo era atlético y
musculoso. No había chica a la que no le pareciera muy guapo, tremendamente
guapo.
Lo primero que
hizo en clase fue advertirnos que en unos días nos pondría un examen para ver cómo
íbamos en la materia. Y todos nos pusimos como locos a estudiar. Las
matemáticas no se me daban mal, lo suficiente para aprobar. Pero no era un
genio. Por eso me extrañó que con solo leer supiera la solución sin problemas. El
examen no fue muy sencillo y sacar buena nota resultó difícil para la mayoría.
Cuando el profesor me entregó la hoja de examen corregida con un sobresaliente
me dijo: «perfecto», pero eso no
fue lo que más me gustó, sino su angelical sonrisa. Cuando miraba parecía que
solo me miraba a mí. ¡Mon Dieu!
Unos días
después mi vida de nuevo fue perturbada con la aparición de un compañero que
por enfermedad no se había incorporado. ¡Dieu! ¿Dónde estaba escondida la gente
guapa? ¿Acaso era necesario que un profesor se pusiera enfermo para que
aparecieran? En una semana había encontrado a dos por los que hubiera dado mi
vida, aún sin conocerlos. Quizás por ser guapo tenía un nombre raro. Uriel era
rubio y de piel blanca, ojos claros que tendían al azul y una mirada cautivadora.
¡Oh là là! Lo mirabas y te quedabas embobada. Tenía dieciocho años, y pronto
nos enteramos que había abandonado los estudios hace varios años y que ahora se
reincorporaba en el nuevo bachiller.
Se sentó
detrás de mí, en el último asiento. Hubiera preferido que lo hiciera delante
para poder observarlo. Tenía una voz musical y lo oía cuchichear con su
compañero sobre lo que habíamos dado y este le ofreció traerle los apuntes para
ponerlo al día. Curiosamente le dijo que ya tenía quien se los dejara. Al
terminar las clases me levanté de mi asiento cuando él pasaba y tropezó conmigo
sin querer, me empujó y para que no cayera al suelo me cogió entre sus brazos.
¡Mon Dieu, quel arôme!
¾ Perdona,
qué torpeza la mía.
¾ ¿Dónde
vas tan corriendo?
¾ Quería
hablar con el profesor, pero hablaré otro día. ¿Eres francesa?
¾ No,
no soy francesa y tú ¿eres noruego?
¾ Lo
digo por tu acento —contestó avergonzado.
¾ Y
yo por tu aspecto.
¾ Está
bien, te he pedido perdón. ¿Qué más quieres?
¾ Olvídame.
Me arrepentí
en el acto de mis palabras, pero disimulé, cogí mi carpeta y me la puse sobre
mi pecho al notar que tenía la piel erizada y los pezones de punta. ¡Dieu! Eso
solo me pasa cuando me asusto o me cabreo. Que rabia me daban estos tíos que me
sacan tan rápidamente de mis casillas.
Tenía la
sensación de que se había producido un terremoto y me encontraba un poco
aturdida cuando salí a la calle. No sabía por qué, pero ese chico me había
hecho enfadar. Nadie me había puesto nunca las manos encima, bueno, ahora
tampoco, solo me había abrazado para que no me cayera al suelo, pero mi cuerpo
había temblado con su contacto. ¡Merde! ¿Qué me estaba pasando? Caminaba sola
sin prestar atención a nadie, de pronto unos brazos me sujetan y me arrastran
hacia atrás, en ese momento oí el chirrido de un coche frenar y me asusté de
verdad. El conductor gesticulaba y voceaba que mirara antes de cruzar, yo no
dije nada, era consciente del peligro que había pasado y de mi culpa por ir
distraída. Me volví a dar las gracias a mi salvador y me encontré con Uriel que
sonreía. Me quedé anonadada, incapaz de pronunciar palabra alguna. Era la
segunda vez que sus manos me abrazaban, bueno, la primera vez fue por su culpa
pero ahora me había salvado la vida.
¾ Gracias,
iba distraída.
¾ No
sería por mi culpa.
¾ ¡Por
supuesto que no!
Quería
disculparme y darle las gracias, pero de nuevo me sacaba de quicio. ¿Es que no
sabe hacer otra cosa? Me di media vuelta y continué mi camino sin mirar atrás.
¾ Oye,
discúlpame si te he molestado.
No le
contesté, me parecía pretencioso, odioso y no sé cuántas cosas más. En ese
momento me hubiera gustado desaparecer.
¾ Necesito
ayuda.
¡Merde!,
¡merde! Había dicho la palabra mágica que ablandaba mi espíritu. Con mi padre
me ocurría lo mismo, a veces me enfadaba con él y no quería volver a hablarle y
entonces me decía la palabra justa con el tono adecuado: «me
ayudas»
y todo el enfado se me olvidaba al instante.
Me paré y lo
miré, bueno no sabría expresar que cara puse, pero rara seguro. Le daría una
nueva oportunidad, al fin y al cabo, me acababa de salvar la vida o algo así.
¾ ¿Qué
ayuda? ¾le pregunté
con curiosidad.
¾ Necesito
los apuntes de todas las asignaturas para ponerme al día. ¿Me los puedes dejar?
Qué embustero,
yo había oído como su compañero se los ofrecía y él dijo que ya tenía quien se
los dejara. Empieza mal este chico, pero voy a ver qué tontería se le ocurre.
Conmigo se va a equivocar si cree que voy a estar rendida a su cara bonita.
¾ ¿De
veras me estás pidiendo los apuntes? ¾le
dije intentando parecer enfadada.
¾ Sí,
mi compañero me los ha ofrecido, pero son muy malos y tiene muy mala letra. He
visto que tu letra es muy bonita y que eres muy ordenada, y he pensado que los
tuyos me interesaban más. Perdona por mi atrevimiento.
Aquellas
palabras me desarmaban de nuevo, tal vez no fuera mal chico y yo me había
precipitado. Siempre me ocurre igual, primero pienso mal y luego tengo
remordimientos por haberme equivocado.
¾ Está
bien, es que tengo un mal día, perdóname por mi mal humor y gracias por evitar
que me atropellara el coche.
¾ No
pasa nada, he visto que ibas distraída y no habías visto el coche. Por fortuna,
estaba detrás de ti y me ha dado tiempo.
¾ Gracias
de nuevo. Carmen me dejó los apuntes y aún estoy copiándolos, este fin de
semana los termino y te dejo los míos el lunes.
¾ Vale,
nos vemos el lunes. Yo me voy por ahí.
¾ ¿Dónde
vives?
¾ En
una cueva que me han dejado unos amigos de mis padres, pero aún no la tengo
habitable. Tengo que blanquearla y comprar unos muebles.
¾ ¿Una
cueva?
¾ Sí.
¾ ¿No
eres de aquí?
¾ No,
soy de Baza.
¾ ¡Ah!
¾ Es
que de aquel instituto me expulsaron y no me pude matricular, por eso estoy
aquí.
¾ ¿Por
qué te expulsaron? ¾le
pregunté sin poderlo evitar.
¾ Bueno,
es una historia muy larga.
¾ ¿Pero
qué hiciste para que te expulsaran? ¾no
podía marcharme sin saberlo.
¾ Le
pegué a un profesor.
¾ ¡Ah!
¾exclamé
sorprendida.
¾ Quiso
aprovecharse de una chica y no me pude aguantar.
¾ ¿Por
qué esa chica no denunció?
¾ No
le hubiera servida de nada, era palabra contra palabra y el profesor sale ganando.
¾ Comprendo,
¿era tu novia?
¾ No,
solo una amiga.
¾ ¡Ah!
Vale, ya me lo contaras algún día.
¾ Más
adelante quizás. Adiós, me esperan mis padres para ayudarme a montar mi nueva
casa.
Nos habíamos
quedado solos, parados el uno enfrente del otro, todos nuestros compañeros
habían desaparecido. Nos mirábamos como si no quisiéramos separarnos. Hasta el
mal humor se había ido. Giró y se marchó corriendo sin mirar atrás. Yo continué
mi camino cuando vi a Carmen que me esperaba.
¾ ¡Joder
tía! ¿qué te pasa hoy? Has salido casi corriendo de la clase sin que te pueda
acompañar; él iba detrás sin dejar de observarte, menos mal, porque si no te
hubiera atropellado el coche. Y luego casi le pegas. Parecías enfadada. Con lo
bueno que está y tú lo desaprovechas.
¾ Perdona,
es que tengo la regla y me siento fatal.
¾ A
todas nos viene la regla una vez al mes y no pasa nada.
¾ No
es lo mismo, a mí me duele mucho y me vuelvo insoportable.
¾ A
todas nos duele —dijo con retintín.
¾ A
todas no nos duele igual, a mi madre le viene y no se entera ni nada.
¾ Bueno,
si eres de las que se ponen muy malas te aguantas.
Estábamos
llegando a mi casa y tenía que ir al cuarto de baño rápidamente. Nos despedimos
hasta la tarde.
Aa
Lunes, 22 noviembre de 1976.
El fin de
semana se me hizo muy largo. Mi madre me dijo que nos teníamos que comprar ropa
de invierno, yo hubiera preferido ir sola o con mis amigas, pero ella no
opinaba así, tenía que controlar todo lo que iba a llevar puesto. ¡Mon Dieu!
¡Cuando seré mayor, para no estar todo el tiempo peleando! Llamé a mi amiga
Carmen que me acompañó muy contenta, a ella si le gustaba ir de compras.
Primero
visitamos “El sábado”, es decir: el
mercadillo ambulante y después nos pasamos por Tejidos Romera y me compré dos
vestidos, cuatro faldas, dos jersey y un abrigo largo. Y mi madre otro tanto. Mi
amiga alucinaba por la generosidad de mi progenitora, pero resulta que habíamos
traído muy poca ropa de Francia. Ya era hora de ponernos algo decente, que en
Guadix hace un frío que pela, como
dicen ellos.
El domingo,
Carmen tenía que visitar unos familiares y yo me aburrí terriblemente. Me pasé
todo el día sin ganas de nada, si abría el libro de matemáticas me preguntaba cómo
besaría Samael, si abría el libro de historia como besaría Anael, bueno,
también en cómo besaría Uriel. Cuando vine a España, nunca imaginé que iba a
tener a un trío tan singular en mi imaginación. La verdad es que son los
hombres más guapos que he conocido. ¡Mon Dieu!, qué nombres tienen los
españoles, y yo pensando que todos se llamaban Pepe o Antonio. A más no quise
llegar ¿Con cuál me gustaría hacer el amor? Bueno, para saberlo primero tendría
que probarlo. ¿Hablo de amor? No, solo de sexo, no quisiera enamorarme ahora
que estoy en esta encrucijada.
Llegó el
deseado lunes y al llegar a la carretera él me esperaba, ¿quién? Quien iba a
ser, Uriel. Su pelo amarillo brillaba bajo la tenuidad del sol matutino. Su
sonrisa me pedía que besara aquellos labios rosados. ¡Mon Dieu! No se me va de la
cabeza este hombre. Tengo que controlar mis pensamientos. Le pregunté cómo le
iba con su nueva casa y me contó todo lo que había hecho el fin de semana.
Ahora tenía una casa solo para él y me invitó a visitarla para enseñármela. Por
supuesto que iría, pero no sola, eso
sería muy peligroso. En cuanto llegamos a clase le devolví sus apuntes a Carmen
y le entregué los míos a Uriel que los recogió con una preciosa sonrisa y un “gracias” muy bajito porque acababa de
entrar el profe de historia.
Carmen llegó
un poco tarde y en cuanto se sentó me dijo: “lo
he hecho”, yo no la entendí o no quise entenderla pero en cuanto salimos al
recreo me agarró del brazo y me llevó a dar vueltas por el campo de fútbol para
contarme su aventura con un hombre.
¾ ¿Te
dolió? —le pregunté ingenuamente.
¾ No
lo sé, estaba tan helada que no me enteré de nada.
¾ ¿Pero
usaste condón?
¾ No,
¡para qué!, la primera vez no te puedes quedar embarazada.
¾ ¿Quién
te ha dicho esa tontería?
¾ Mi
prima, la que vive en mi misma calle.
¾ ¿La
misma de que si no eres virgen ya no te duele la regla? ¡Por favor!… ¿cómo
puedes creer esa tontería?
¾ Ella
lo hizo y no le pasó nada.
¾ Pero
eso es una patraña, una leyenda urbana que es mentira. Espero que no te quedes
embarazada.
Carmen me miró
asustada, ni siquiera se había cuestionado esa gilipollez. Pero ya estaba hecho, ahora solo había que
esperar que no pasara. ¡Mon Dieu, cuanta imprudencia! Del susto creo que
enfermó y no vino a clase durante un tiempo. A comienzo de diciembre volvió muy
alegre, le había venido la regla, nada más entrar por la puerta me dijo:
¾ No
ha sido nada.
¾ Pues
aprende de la historia.
¾ Ya
he aprendido, no volverá a pasar.
En los siguientes
días me centré en estudiar. Al fin y al cabo, ese era mi cometido. Uriel no
había vuelto a dirigirme la palabra, pero sí a las demás chicas. Todas lo
abordaban con cualquier excusa y parecía muy contento, yo no quise
entrometerme, lo cual era un martirio para mí, porque estaba todo el día
oliendo su aroma y eso me ponía de mal humor. Unos días después, Uriel me
devolvió los apuntes y me invitó a visitarlo el fin de semana en su casa. Por
supuesto que le dije que no. Había estado toda la semana tonteando con unas y
con otras y ahora venía con esas. No, yo quiero un chico solo para mí.
Se aproximaba
la Navidad, había que preparar los exámenes de la evaluación y me olvidé de
todo, no quería suspender en el Liceo. No sé cómo pero ahora a la hora de
estudiar no tengo problemas y los exámenes los hago perfectos. Jamás mi mente
había estado tan centrada y aprendía tan rápidamente. Cuando terminó la
evaluación me relajé un poco. Las buenas notas merecían una fiesta.
aaa
4
La
fiesta del Instituto
Viernes, 17 de diciembre de 1976.
El viernes
diecisiete era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad y el liceo
había preparado varios actos para celebrarlo. A las diez tenían programada una charla
en el salón de actos, a las once había una actuación del coro donde participaban
algunas de mis compañeras, y tenía intención de asistir. Los alumnos de COU
que eran los “mayores” habían
organizado un baile para después del concierto en la discoteca del Albergue, un
bar que estaba a la salida, en la carretera de Esfiliana. Cuando me dirigía al Salón
de Actos me di de bruces con Uriel. Como siempre me sonría.
¾ ¿Te
quedas para ver todo esto?
¾ Sí.
¾ Yo
me voy a dar un paseo y luego a la discoteca, paso de charla y de coro.
¾ Me
gustaría marcharme pero cantan algunas amigas y se enfadaran si me voy.
¾ Ni
se enterarán, luego les dices que han estado muy bien y ya está.
¾ No
sé. Quiero desearles una “feliz navidad”.
¾ Vamos,
te enseñaré mi tocadiscos. Será solo un momento, luego nos vamos a la discoteca
y allí vemos a todo el mundo.
¾ ¿Tienes
un tocadiscos?
¾ Sí,
me lo ha comprado mi padre a cambio de trabajar todo el verano para él. Esta
noche tengo que marcharme a Baza a pasar las navidades con ellos.
¾ Está
bien, te acompaño solo un rato y luego nos vamos a la discoteca, me apetece
bailar. ¿Tú crees que me dejaran entrar?
¾ Claro,
es una fiesta privada para los alumnos del instituto. Puede entrar todo el
mundo.
Nos fuimos
sigilosamente sin que nadie se diera cuenta y me llevó por unos caminos que
iban entre cuevas, cruzando por encima de ellas hasta que salimos a la calle
donde estaba situada su casa-cueva. No conocía aquella zona aunque había visto
fotos en postales que mi padre recibía. Me resultaba curioso que la gente
viviera en cuevas como los hombres primitivos, a mí me daría miedo dormir allí.
La cueva tenía
delante una explanada con unas parras que en verano debían dar buena sombra. La
distribución era igual que la de un piso, un pasillo y las habitaciones a ambos
lados. Tenía corriente eléctrica pero carecía de agua, lo que significaba que
no había wáter ni duchas y eso para mí la hacía inhabitable. Sabía que las
viviendas bajo tierra mantienen una temperatura constante a lo largo del año,
por eso me sorprendió que hiciera tanto calor al entrar, al llegar al salón lo
entendí. Una chimenea con grandes troncos estaba encendida. Yo lo miré con cara
de interrogación y pareció entenderme.
¾ Perdona,
pero querías que vieras mi casa y dejé encendido el fuego para que te sintieras
cómoda.
¾ ¿Es
una encerrona?
¾ No,
por favor solo es mi casa, nos podemos marchar cuando tú quieras.
¾ Ni
hablar, hemos venido a ver tu tocadiscos y no me iré sin verlo ¾acababa de localizarlo sobre una mesa en la pared
más alejada de la chimenea, allí me dirigí.
¾ Por
supuesto, selecciona los discos que quieres y te los pongo, puedes poner hasta
veinticinco.
¾ ¿Veinticinco
discos?
¾ Sí,
es automático, lo cargas y él solo vas poniéndolos, nunca falla.
¾ ¡Oh
là là!
Tenía una gran
cantidad de Lps, y me tomé mi tiempo para seleccionar los que me gustaban. Rod Stewart con “Tonight's the night (gonna be alright)”; Elton John con “Don't go breaking my
heart”; Wings con “Silly love songs”;
The Four Seasons con “December, 1963
(oh, what a night)”; Paul Simon con “50
Ways to leave your lover”; Santana
con “Europa”; Chicago con “If you
leave me now”; The Manhattans con “Kiss
and Say Goodbye”;
¾ ¿Solo
te gusta la música inglesa?¾me
preguntó con curiosidad.
¾ Apenas si conozcola música española.
¾ Mira, a mí me gustan estos: Miguel Gallardo
con “Hoy tengo ganas de ti”; Santa
Bárbara con “Donde están tus ojos negros”; José Luis Peralescon “Quisiera
decir tu nombre”; ¿Quieres oírlos?
¾ Vale, pon los que quieras.
Nos sentamos en
la alfombra que había delante del fuego y charlamos sobre las asignaturas que
teníamos mientras la música comenzaba a sonar. La conversación se hizo amena y
terminamos hablando de nosotros. No sé por qué me sinceré con él. La verdad es
que me apetecía hablar aunque apenas si nos conocíamos. No sé lo que sentía él
pero yo lo deseaba y me sentía como en una nube, borracha de oxígeno. El calor
era excesivo y nos quitamos los abrigos largos y más tarde los jerséis, yo
llevaba una camiseta blanca con un bordado muy bonito en el cuello y como no
usaba sujetador se me notaban claramente los pezones, lo observé por si se
fijaba pero parecía no darse cuenta. Hablaba y hablaba como si no tuviera
interés por mi cuerpo. Yo sin embargo aspiraba su aroma y deseaba probar sus
labios. ¡Dieu! ¿Cuándo se va a lanzar?, pero parecía que no lo iba a hacer.
¾ ¿Quieres bailar?¾me dijo de
pronto.
¾ ¿Bailar juntos?
¾ Claro, agarrados.
¾ No sé, en Francia nunca fui a un baile. Con catorce años no te lo permiten.
¾ Pues aquí cuando hay fiestas baila todo el mundo. ¡Vamos! Yo te enseño.
Se levantó y me
cogió de la mano llevándome al centro de la habitación, me abrazó cuando ya
sonaba una canción muy sugerente: “Hoy tengo ganas de ti”, me indicó los pasos
que eran muy sencillos, y comenzamos a movernos con nuestros cuerpos pegados,
acercó su mejilla a la mía y cerré los ojos. Me aferré a su cuello para
asegurarme que no me caería. Flotaba entre sus brazos. El calor se hizo
asfixiante y comenzamos a sudar. Giramos levemente la cara y nuestros ojos
quedaron mirándose fijamente, nuestras narices jugueteaban como si estuvieran
solas en el universo, nuestros labios separados por apenas unos milímetros
ansiaban encontrarse. El primer beso fue suave, apenas si me rozó, pero todo mi
cuerpo tembló. Olvidamos la música. Nuestros labios se unieron de nuevo
intentando absorber el deseo que nos invadía durante un tiempo infinito. En el
tercer beso su lengua buscó la mía y juntas compartieron el sabor de nuestras
bocas. ¡Dieu! Tantos años esperando ese beso. Nos abrazamos para respirar un
poco y su lengua recorrió mi cuello provocando un placer desconocido para mí.
Nuestras bocas volvieron a juntarse y sus manos bajaron hasta mi cintura
cogiendo mi camiseta y levantándola por encima de la cabeza. Alcé los brazos
para que terminara de quitármela y yo hice lo mismo salvo que él tenía una
camisa y fue más difícil sacársela por la cabeza sin desabrochar los botones. Sus
manos comenzaron a acariciar mis pechos y se encontraron con el medallón, se
quedó quieto, embobado, mirándolo fijamente, como hipnotizado. Lo cogió y una
luz brillante lo golpeó lanzándolo al suelo mientras me miraba aturdido. Me
llevé las manos a la cara y grité asustada pero reaccioné rápido acercándome a
socorrerlo.
¾ ¿Qué ha pasado? ¾me preguntó atolondrado, yo tampoco lo sabía, pero busqué una excusa para
justificar lo que había pasado.
¾ He sentido como un calambre, algo eléctrico, y te has caído hacia atrás.
Parece que el medallón ha acumulado mucha electricidad estática y al tocarle te
ha dado un calambrazo.
¾ ¡Joder! ¿Y la luz?
¾ Yo no he visto ninguna luz.
Fuera lo que
fuera, el medallón había actuado, eso lo sabía, no sabía porqué pero el momento
erótico se había terminado. ¿Acaso Uriel me iba a hacer daño y me ha defendido?
Imposible, lo que estaba ocurriendo era porque yo lo quería. ¿Cuál será el
significado de este medallón? Nos vestimos en silencio, sin comentar nada más.
Apagó el tocadiscos y nos fuimos a la discoteca. En la calle me cogió de la
mano y volvió a sonreírme. En un principio me sentí feliz paseando a su lado,
pero no quería que me vieran así y me solté. Él no dijo nada. Yo no estaba
segura de lo que había ocurrido, no sabía si era solo deseo o amor. O las dos
cosas. Mi cabeza estaba ofuscada y me costaba razonar.
Para entrar en la
discoteca había que pagar veinticinco pesetas y yo no llevaba dinero así que le
dije que me volvía a mi casa, pero él se ofreció a pagarme la entrada. En el
interior enseguida se le acercaron muchas de las chicas del instituto y lo
forzaron a bailar suelto. Yo me dirigí a un rincón donde vi a Antonio con tres
amigas de su pueblo, dos de ellas de mi clase y la otra de COU. Me senté a su lado y nos miramos sonriéndonos, hacía
tiempo que no hablábamos.
¾ ¿Qué te ha pasado? ¾me preguntó al oído.
No sabía si
contárselo o no, pero era el único con el que podía hablar de ese tema.
¾ El medallón ha actuado.
¾ ¿Cómo?
¾ Le ha soltado una descarga a Uriel, como si tuviera electricidad. Pero no
le ha hecho nada, solo lo ha aturdido un poco.
¾ ¿Y por qué? ¿Cómo ha sido?
¾ No quiero que nadie lo sepa ¾le dije acercando mi boca a su oreja.
¾ Somos amigos. Yo respeto las intimidades de cada uno.
¾ ¡Vale! Le he acompañado a su casa y nos estábamos besando cuando me ha
cogido el medallón y le ha soltado una descarga que lo ha tirado al suelo.
¾ ¡Joder! Y que ha dicho él.
¾ Piensa que es un calambrazo por la electricidad estática.
¾ Bueno, mejor. Si le contamos a alguien lo del medallón nos toma por locos.
¾ Yo no pienso contar nada, pero estoy asustada, si por lo menos supiera cuál
es su finalidad.
¾ Creo que te lo dirá en el momento oportuno.
Tenía razón, si
el medallón quería algo de mí, me lo diría en el momento oportuno. En ese instante
se acercó una de las antiguas compañeras de piso de Antonio llamada Antonia y lo
invitó a bailar:
¾ Le he dicho al DJ que ponga tu
canción favorita“ Europa” —le dijo
ofreciéndole la mano.
¾ Europa es mi canción, ella lo sabe —me explicó sonriéndome.
Antonio se puso a
bailar con su amiga y yo me quedé con la mirada perdida en la pista donde
bailaban y no le vi venir. Uriel se acercó a mí y me invitó a bailar, me
hubiera gustado estar de nuevo entre sus brazos pero decliné su invitación y me
fui a casa. Esa noche lloré durante mucho tiempo. Así me quedé dormida.
aa
Los sueños del medallón.
Aquella noche
tuve mi primer sueño extraño. Volaba sobre nubes de color rojo y oía gritos de
dolor y voces que parecían de odio, pero no veía nada. En un momento dado todo
era blanco, aquella luz era intensa, pero no me molestaba. Mi habitación brillaba
como una luciérnaga. Era mi medallón el que emitía aquella luz. Me incorporé y
me senté en la cama. La luz comenzaba a ser absorbida por el espejo y yo con
ella. Grité con todas mis fuerzas para despertarme. Volaba por el cielo
agarrada a un ángel entre sus dos alas blancas que se movían a gran velocidad,
el viento me cortaba la cara, por eso la volví hacia atrás y entonces vi a un
gran dragón que escupía fuego sobre nosotros y otro ángel que lo conducía con
una mano mientras con la otra nos amenazaba con una espada de fuego ¡Mon Dieu!
¿Que era aquello? Pensaba que sería un sueño. Sin soltarme me toqué los ojos
para ver si los tenía abiertos, luego me pellizqué por si estaba dormida pero
lo que me hizo sentir que no era un sueño fue la llamarada que pasó rozando
nuestras cabezas y que afectó a las alas del ángel que me llevaba a sus
espaldas. Le oí chillar y comenzamos a descender hacia el suelo a gran
velocidad. Sus alas ya no le servían y volvió su cara para decirme:
¾ Lo siento. Te quiero, no puedo cumplir mi promesa de vivir eternamente
contigo. Llámame con el medallón y volveré a ti. Solo tú podrás liberarme.
¾ ¿Quién eres? ¾le iba a preguntar cuando sentí el impacto en el suelo y salté por los
aires para volver a caer.
La caída fue
brutal, pero no perdí el conocimiento y me incorporé para ver como el ángel del
dragón extendía una red por encima del ángel con el que yo había viajado y lo atrapaba,
depositándolo sobre el dragón. Yo quise levantarme y huir pero no me podía
mover. Aquel ángel se acercó con su espada de fuego en la mano y me la puso en
el pecho, al tocar el medallón la espada revotó, me miró con cara de desprecio
o de odio, cogió al otro ángel y se montaron en el dragón alejándose volando. A
pesar de ser de fuego, la espada no me quemó, ni siquiera sentí calor. No
entendía nada, intenté levantarme y me caí por un barranco lleno de piedras.
Cuando me
desperté, me encontraba en brazos de Samael, el nuevo profesor de matemáticas,
me llevaba por el cielo hasta lo alto de una montaña, por encima de su hombro
pude ver dos alas blancas que se movían con rapidez. Aquello me dejó anonadada,
sin poder decirle una palabra hasta que me depositó junto a la entrada de una
cueva, me dejó en el suelo y se dirigió a ella, yo le seguí, de pronto nos
encontrábamos en una sala con las paredes de mármol blanco, la luz
era similar a la que había aparecido en mi habitación. Había dos estancias, la
primera tenía el suelo cubierto de alfombras y grandes cojines, a una altura
superior se encontraba el dormitorio con una gran cama de madera ricamente
labrada, aquello parecía un palacio de la antigüedad.
¾ En este refugio estarás segura, tienes todo lo que necesitas. Aquí no te
buscaran.
¾ ¿Esto es un sueño?
¾ El medallón ha utilizado tu sueño para mostrarte el último acto que vivió
antes de ser ocultado por Metaniel. Parece que no conoces la historia y tendré
que enseñártela, pero no ahora, si Metaniel se entera puede destruirme. Yo fui
amigo de Araziel y quiero ayudarte.
¾ ¿Qué está ocurriendo? ¿Quién eres tú y quién es Araziel?
¾ Araziel es el creador del medallón, es tu antepasado. Yo soy Samael.
¾ ¿Y qué tengo yo que ver con el medallón?
¾ La dueña del medallón murió, ahora eres tú su heredera.
Agitó sus alas y
se marchó volando. La puerta se cerró y quedé sola en aquella estancia, me
tumbé en la cama y sin poderlo remediar me puse a llorar desconsoladamente. No
entendía nada.
¾ Anik, Anik, despierta. Es una pesadilla ¾era mi madre que me zarandeaba.
Abrí los ojos
asustada, mirando hacia el espejo, pero allí no había nadie, solo mi madre que me
abrazaba. Respiré hondo y me serené.
¾ Había un ángel con un dragón y una espada de fuego que me perseguía a mí y
a otro ser alado.
¾ Tranquila, era solo una pesadilla.
¾ Otro ángel diferente me ayudaba y era mi profesor de matemáticas, bueno, el
nuevo.
¾ Es que llevas mal las matemáticas.
¾ No, las he aprobado.
¾ Los sueños son extraños, antes de dormirte ¿estuviste estudiando
matemáticas?
¾ Sí, nos mandó hacer unos problemas estas vacaciones, dejé el libro abierto
para hacerlos hoy.
¾ Entonces eso ha sido, no te preocupes, todo ha sido un sueño. Ahora
relájate y a dormir.
Mi madre se
marchó y de nuevo me quedé sola en la habitación, me toqué el medallón y comprobé
que aún lo tenía en mi cuello. Si, había sido un sueño porqué tenía el cuerpo
dolorido del porrazo que me había dado al caerme, a mí me había parecido muy real.
Me resultó curioso que uno de los ángeles fuera el profesor de matemáticas, que
me sacó de aquel lugar y me llevó a un lugar seguro, aunque luego desapareció.
No sé por qué tengo que soñar con él. Preferiría soñar con Uriel. ¡Merde! Otra
vez Uriel, no debo pensar en él.
Cuando llegamos a
la discoteca no me hizo caso, como si no me conociera. Cuando las otras no están
entonces si me mira, pues no me interesa. Yo quiero un tío que solo tenga ojos
para mí, y con lo fea que soy nunca lo voy a encontrar. Y volviendo a Uriel,
¿Por qué el medallón le hizo eso? ¿Acaso no iba a estar con un hombre por culpa
del medallón? Umm, la próxima vez me lo quito antes. Con esos pensamientos me
dormí.
AA
Sábado 18 de diciembre de 1976.
A la mañana
siguiente me levanté tarde, desayuné y me salí a la calle a darme una vuelta.
Necesitaba tomar el aire. Al pasar junto a la churrería que hay junto al parque,
vi a Anael sentado tomando un café y comiendo churros. Estaba vestido con un
pantalón vaquero y un jersey rojo que lo hacían más joven. ¡Dieu, qué guapo! ¾Pensé¾, no pude evitar pasar a su lado y aunque me hice la despistada me llamó.
¾ Anik, buenos días, me acompañas por favor.
¾ No, gracias profesor, ya he desayunado.
¾ Siéntate y tomate unos churros.
¾ ¿Churros? No me gustan, tienen mucho aceite.
¾ En ese caso acompáñame, tengo que hablar contigo.
¾ ¿Ahora? Estamos de vacaciones.
¾ Lo sé, pero es un asunto personal. Si no te sientas esta noche vas a soñar
con el profesor de matemáticas.
Aquellas palabras
me desconcertaron, me senté en la silla mientras él tomaba un sorbo de café y
un churro. Yo lo miraba asombrada. ¿Acaso conoce mi sueño?
¾ Enseguida termino el café y nos damos un paseo, tenemos que hablar en
privado y te lo explico todo ¾me dijo.
¾ Vale, pero por qué me ha dicho que soñaré con el profesor de matemáticas.
¾ Ja, ja, ja, es lo que se me ha ocurrido, podía haberte dicho de historia.
¾ Es que anoche soñé con el profesor de matemáticas.
¾ No me digas, no me extraña, muchas chicas sueñan con él.
¾ No es eso, fue una pesadilla.
¾ A eso me refiero, es muy duro y muchos alumnos le tienen terror.
¾ Pero yo las llevo bien.
¾ ¿Y qué soñaste?
¾ Qué un ángel me perseguía montado en un dragón y él me salvaba.
Se quedó un
momento pensativo, luego siguió comiendo churros mojados en café.
¾ Ja, ja, ja, eso sí que es raro. Bueno necesito que veas algo que te
concierne. Solo será un momento.
¾ Usted también sueña cosas así.
¾ Tutéame por favor. No, yo no sueño.
¾ Todo el mundo sueña.
¾ Algunos somos diferentes.
Anael me tenía
sorprendida, en ascuas, como dice
Carmen. Mientras me hablaba, lo observaba cómo bebía, cómo movía los labios, en
aquel momento me parecía tan guapo, tan sexy. Deberá de tener al menos los
treinta, parecía vigoroso y lleno de vitalidad. Su cabello era oscuro, los ojos
negros y una mirada muy profunda, su voz cálida, culta e inteligente. Cuando
hablaba en clase todas nos sentíamos atraídas por el sonido de sus labios, yo
no era la única que opinaba así, había oído a varias chicas decir lo mismo. En
definitiva, que me atrae y creo que se ha dado cuenta. Bueno, lo mismo ha sido
casualidad que esta mañana saliera a pasear para encontrármelo. O lo mismo no
es casualidad y se trata de un diablo que quiere pervertirme.
Terminó y pagó al
camarero. Entramos en el parque por la puerta de al lado, había poca gente a
esa hora, mejor, no quería que me vieran con él ¡Oh, là,là,là !, que dirían
entonces. Guardé silencio, esperando que él iniciara la conversación, tenía
curiosidad por saber qué es lo que quería que viera, y que me tenía que contar,
lo mismo se ha enamorado de mí.
¾ ¿Cómo te va Anik?¾pronunció correctamente mi nombre.
¾ Bien, me va bien.
¾ Pero te has trasladado de país, has cambiado de amigo, de amores…
¾ ¿De amores? no, no he dejado ningún amor en París.
¾ Puedo preguntarte por qué este traslado.
¾ Puede.
¾ Cuéntame lo que desees contarme.
¾ Por imperativo legal.
¾ Eso qué significa.
¾ Que soy menor de edad y tengo que vivir donde viva mi madre. A ella le
gusta vivir aquí, era hija de españoles y vivía en Francia desde la guerra, conoció
a un joven español y se casó con él. De ahí nací yo. Mi padre amaba su tierra
pero era un enamorado de París y de Francia. Murió hace dos años, en un
accidente de coche. Este verano recibimos la notificación de un notario de
España sobre la herencia de mis abuelos. Vinimos y a mi madre le gustó el
palacete que habíamos heredado y en lugar de venderlo, decidió quedarse aquí. Y
ahí termina la historia.
¾ Comprendo, pero creo que lo llevas bien. Te he observado en el instituto y he
visto que has hecho amigos y que te relacionas bien con los demás.
¾ Bueno, con el carácter de los españoles es fácil hacer amigos. En París apenas si tenía un par de amigas. Allí la gente no tiene tiempo para los demás.
¾ Me alegro de que te vaya bien.
¾ Gracias, pero ha dicho que me iba a enseñar algo.
¾ Sí, es cierto, te vas a sorprender.
¾ Lo mismo no.
¾ Sí, seguro que sí. He alquilado un piso en este bloque, tengo allí lo que
quería enseñarte. Te lo explicaré todo.
Habíamos salido
por un lateral del parque hasta la carretera de Murcia sin que me diera cuenta.
Su conversación me tenía intrigada. Tenía dudas si quería ligar conmigo o si
realmente había algo que enseñarme. Bueno yo tengo mi medallón, si se propasa
seguro que me defiende. Llegamos a su casa, el piso parecía el de una familia
clásica. Entró en el salón y encendió la estufa de butano, en unos segundos la
temperatura aumentó y se volvió agradable. La estufa de mi madre necesita una
hora para calentar el salón de mi casa.
¾ Calienta bien esta estufa.
¾ Sí, es de aire circulante y reparte el calor por igual. No es necesario
estar a su lado para calentarse.
¾ Qué bien. Bueno, ya estoy aquí, que es lo que quiere enseñarme.
¾ Ahora lo veras. Ven conmigo.
Se dirigió a una
habitación próxima, le seguí expectante, llena de curiosidad. Era la habitación
de un pintor. Las paredes llenas de cuadros y junto a la ventana una mesa
manchada de pinturas y al lado un caballete con un lienzo tapado con un velo
blanco.
¾ Esto es lo que quiero que veas.
Levantó el velo y
me quedé sin palabras, era una chica joven con el pelo al viento.
¾ ¿Por qué me pintas a mí? Porque esa chica soy yo. ¿Pintas de memoria?
¾ Sí, no lo puedo negar. Este lo comencé a pintar después del primer día de
clase. Pero quiero que veas este también.
Me señaló otro
cuadro que había en la pared, se trataba de una mujer con un traje de lujo
bajando unas escaleras de un palacio. ¡Dieu! Eran las escaleras del palacete de
mis abuelos y la señora se parecía a mí. Yo estaba sin palabras.
¾ Ese lo pinté hace mucho tiempo. Es una vieja amiga ya fallecida. Cuando te
vi en clase la recordé, eres igualito a ella.
¾ Todas las chicas pelirrojas nos parecemos, será una casualidad.
¾ Ahora sé que no.
¾ Tanto te ha impresionado esa coincidencia.
¾ Es algo más. ¿Tú sabes algo de esa señora?
¾ No, ni idea. Qué raro todo, ¿No? La verdad es que la mujer se me parece y
también esas escaleras son como las de mi casa. Pero eso no quiere decir nada.
¾ Al conocerte lo he entendido todo. Eres una descendiente de ella, la
elegida para cumplir su misión.
¾ ¿Qué misión?
¾ Yo no te puedo hablar todavía de eso, solo sé que estoy en este pueblo
esperándote. Estoy aquí por ti.
Yo me quedé pasmada,
anonadada, no me lo podía creer, aquel tío tan guapo me estaba diciendo que
vivía en este pueblo para esperar mi llegada. ¡Esto es de locos! No sabía qué
pretendía mi profesor de historia pero no me sentía cómoda en aquella situación.
No le di
explicaciones, salí corriendo y abandoné el piso. Me marché a casa y me encerré
en mi habitación. Aquel cuadro parecía muy antiguo y decía que conocía a esa
mujer. ¡Qué torpe! Ni siquiera le he preguntado quien era su amiga. Tal vez me
pueda dar algún dato de ella y pueda averiguar qué significa el medallón. Mi
intuición me dice que todo está relacionado con el medallón. ¡Mon Dieu!
Cogí el medallón
entre mis manos y lo observé, me di cuenta de que el anverso la frase escrita
con runas había cambiado, ahora decía: «pronto llegaré a ti». No entendía nada pero iba atando cabos, por una
parte el medallón está relacionado con la señora del anverso y con el cuadro de
Anael, pero no llego a captar el objetivo del medallón. Sé que es poderoso, lo
presiento muy poderoso, pero no sé cuál es mi papel. ¿La heredera que tiene que
cumplir una misión? ¿Qué misión?
AAA