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miércoles, 13 de abril de 2011

RELATO: PALABRAS A CARMENCITA



              A finales de 1974 me enamoré profundamente por primera vez. Naturalmente mi producción literaria la dirigí hacia ella. Fue abundante pero solo conservo una parte de lo que escribí. He aquí su historia.

 
                            Curso 1974-75.- 17 años.


Tu nombre

Quiero decir tu nombre
al mundo y en la realidad,
pero no quiero dejarte sola
y con seis lo has de adivinar,
busca la primera y lo sabrás
si sabes leer la verdad.
El primero es Claudia
y no te digo la verdad.
El segundo es Ana
que tampoco está en mi realidad.
El tercero es Rosa
y estoy en la mitad,
al cuarto lo llamo María
y sé que después viene Emilia,
y para sacar tu nombre
a la última, la llamo Nadia.
Al juntar sus letras encontrarás
a mi amor.
***

Otro día escribí sobre el mismo tema:


Nadie lo puede impedir

Yo no soy yo,
si no este que me acompaña,
mi otro yo.
El pájaro llora,
han matado a su amigo.
pero yo no puedo llorar,
porque no tengo amigo
a quién pudieran matar.

Como machado a sus sueños
a ti te quiero contar,
rosa del frio invierno,
morena de rojo carmín,
entre todas, te amo a ti,
nadie lo puede impedir.

¡Lo sabes!
Nadie lo puede impedir.

*****
La Loquilla de Abajo se llamaba Carmencita, y la conocí en el otoño de 1974, cuando estudiaba quinto de bachillerato. Era morena, de cara redonda y melena sobre los hombros. No muy alta. Sus ojos grandes brillaban casi siempre de júbilo y sus labios propicios a la sonrisa. Su locura era su alegría. Con ella comenzaba mi etapa de enamoramientos intensos y dramáticos.
Apenas si había comenzado el curso, cuando acompañé a mi amigo Domingo al Parque, «tenía que darle no sé qué, a una chica de su pueblo».
Al llegar, junto a los quiosquillos había un autobús aparcado. Domingo se paró delante y me dijo:
¾    Comen aquí.
Y entró. Yo le seguí. Nada más subir las escaleras, vi por encima de los asientos unos enormes ojos que me miraban mientras reía a carcajadas. Eran un grupo de chicas a las que el conductor dejaba que almorzaran en el autobús para que no lo hicieran en el parque. Domingo me las presentó a todas, pero yo solo me quedé con un nombre: Carmencita, la chica de los ojos grandes.
Estudiaba en el Instituto de abajo y tenía 15 o 16  años, no lo recuerdo. Yo 17. ¡Me enamoré! Bastó una simple mirada para volverme loco por ella. Mantuvimos una relación extraña, curiosa. Nunca supe realmente lo que ella sentía. Todos los días esperaba que fuera a verla, que le leyera algún poema que acababa de escribir para ella. Se sentía importante por mis atenciones, pero nunca atendía a mis requiebros de amor.  A pesar de sus alegrías su corazón estaba triste. Ella tampoco era correspondida, lo supe un tiempo después.
Pensando que no me amaba, me alejaba para olvidarla, y, entonces me volvía a llamar y eso bastaba para soñar.
Al año siguiente, durante el curso 1975-76, volví a intentar acercarse a ella, pero sin mucho éxito. A comienzos del mes de abril de 1976, Viernes de Dolores, Domingo me invitó a las fiestas de su pueblo, Fonelas. Ella estaba allí.
En el baile la invité a bailar, y, aunque yo bailaba muy mal, me aguantó varias canciones, luego intenté hablar con ella y no me hizo mucho caso. Se marchó de la fiesta. Domingo me dijo entonces que su enamorado se marchaba a no sé dónde, y, como no le hacía caso, se sentía triste. Para tristeza la mía. Mi mente sabía claramente que yo no le interesaba, pero mi corazón se negaba a admitirlo. Ese día pareció entenderlo definitivamente y aceptó que no podría conquistarla. Dejé de ir a verla. No volví a responder a sus llamadas.
Sin embargo seguí enamorado de ella hasta finales de 1976.
Hoy me encuentro un folio que formaba parte de la carta de despedida que le escribí. Ignoro si la leyó, ignoro si se la envié:
     ¿Sabes Carmencita?,  nunca entendiste mi amor, ni mis pensamientos, ni siquiera mis palabras, pero te gustaban. Siempre esperabas ansiosa mis poemas y mis cartas, pero nunca mis besos ni mis caricias, tampoco mi amor. Seis  veces rompí contigo en este tiempo y seis veces me buscaste para seguir igual. La de hoy será la séptima y no quiero que me vuelvas a buscar:
Carmen
Clareas en mi tarde
prado de soledades
feliz ahora siento
que el aire que llevó el caminante,
no lo llevaba yo, sino el viento.
Limón color naranja.
Color prohibido, nada
que olvidadas quedaron
secas hojas otoñales de agua.
Ahora del arco iris mudas bajaron.
Allí tú te quedaste
olvidaste mis cantes.
Siete colores, siete,
siete veces no me viste galante,
Aunque tus ojos gustaron el verde.
Carmen.
La última vez que la vi fue la primavera de 1977, en Guadix. Yo llevaba de la mano a mi nuevo amor, Yipy, y ella acarreaba un niño de pocos meses en sus brazos. Me dijo que se marchaba a Barcelona con su marido y nunca he vuelto a saber de ella. Me gusta recordarla como mi primer gran amor. Cómo decía uno de mis versos: ¿ella se acordará de mí?

     

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