(Dibujo de Azel Highwind)
Curso, 1965-66.- 8 años.
A LA PAR QUE EL SILENCIO
A la par que el silencio,
a mi casa quiero llegar.
¡A jugar! ¡A jugar!
*****
Yo vivía en un
pequeño pueblo, de nombre Huélago, en una casa muy grande al comienzo del
Barrio Alto, aunque en realidad la calle se llama Alhambra. Esta tenía un
corral donde podíamos jugar y al lado un huerto con higueras y sembrados de mi
padre donde teníamos prohibida la entrada. Enfrente de mi residencia vivía Baena,
uno de mis mejores amigos. Todos los días, en cuanto salíamos de la escuela,
nos íbamos a jugar a mi casa. Un día hablamos de construir nuestra propia choza
en el corral para llevar allí a todos nuestros juguetes. Sería nuestro palacio.
Por la noche se me
ocurrió que yo podría construirla y darle una sorpresa. Naturalmente no se lo
dije a nadie. Era mi secreto. Fui reuniendo los materiales que necesitaba y
cuando los tuve listos me preparé para construirla.
El cielo estaba
nublado y amenazaba lluvia. Perfecto. Eso significaba que tenía que darme prisa
para terminarla antes de que comenzara a llover. La gracia de la choza estaba
en que podíamos refugiarnos si llovía y jugar dentro o simplemente ver caer la
lluvia sin mojarnos. Todo un acontecimiento a esa edad.
Pero los planes no
siempre salen como uno quiere y en cuanto llegué a casa mi padre me gritó:
— ¡Niño, los conejos no tienen hierba!
— ¡Voy ahora mismo! —le contesté con mal
humor.
Sabía lo que simbolizaba.
A mis ocho años, ese era el trabajo que
me habían encomendado mis padres; mis hermanos mayores y mi padre eran
jornaleros, mis hermanas y mi madre hacían los trabajos de casa. Yo, aparte de
la escuela, era el responsable de la alimentación de los conejos y de limpiar
la zahúrda, y me gustaba cumplir.
Todos los días, al
salir de la escuela, cogía un saco vacío y me dirigía al campo a recoger hierba,
era un trabajo difícil pues había que saber distinguir entre la hierba buena y
la venenosa, la que más les gustaba a los animales y la que les provocaba
diarrea.
Aquel día tenía
prisa por acabar la choza, y me contrarió que mi padre me recordara mis
obligaciones. Cogí el saco y corrí en dirección a la Pocilla, salté de un
brinco el Ramblón y me metí en un maizal que había en la Parata Zorrica. Sabía
que allí había un buen careo de Mocos
de Pavo y llené el saco en un momento hasta la boca. En media hora había vuelto
con mi carga a la espalda. Limpié las conejeras de cagarrutas, con una escoba
de rama, y puse la hierba en los comeeros.
Solo entonces me
puso a trabajar en mi proyecto. Cuando terminé, cogí mis juguetes, mis libros y
me metí dentro al tiempo que comenzaba a llover. Era bonito ver como llovía
fuera de la choza y no me mojaba. Mientras esperaba, a que viniera mi amigo, bien
pude escribir una poesía como esta.
Realmente ignoro
cómo y cuando escribí esta poesía. Solo sé que estaba escrita en una libreta de
la escuela del año 1965. Había dos libretas: esta y otra de 1967, ambas tenían
poesías, junto a los problemas de matemáticas. Hacia 1973 mis padres reformaron
la casa y quitaron el tejado. Todos los muebles y enseres se llevaron a una
casita del Arrecife. Cuando se terminaron las obras, se volvieron a su lugar. Fue
entonces cuando eché en falta esas libretas y algunos libros antiguos y que
tenía valor de coleccionista. Seguramente, alguien consideró que las libretas
estaban gastadas y las tiró sin saber que yo las guardaba por las poesías.
Solo conseguir
recordar una poesía corta y sencilla de cada libreta, las demás, fueran originales
o copiadas, se perdieron.
Tampoco puedo
recordar como comencé esto de escribir sentimientos a través de la poesía.
Seguramente quise hacer como los poetas que venían en la enciclopedia y en
algunos libros que había en la escuela.
En cualquier caso,
recuerdo escribir poesías en esas chozas que construía en mi corral y que mis
padres destruían cuando les estorbaban y que yo volvía a reconstruir.
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