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miércoles, 10 de julio de 2013

SUEÑOS EN LA OSCURIDAD

2
Sueños en la oscuridad.



Guadix, 2 de noviembre de 1976.
Sonó el despertador y me asusté. Di un salto de la cama mirando hacia todos lados, no encontré nada anormal. Excepto que no veía bien. Miré la mesita de noche y sobre ella, mis gafas, las recordaba muy bien, aunque hacía tiempo que no las usaba. Me puse las gafas y volví a echar un vistazo alrededor. Aquella era la habitación de mi casa de Guadix. ¡Mon dieu!, ¡qué pesadilla! ¡Merde, merde! No es una pesadilla es todo real. Como un huracán vinieron los recuerdos a mi mente y resonó con fuerza las amenazas de los arcángeles. ¿La habrán cumplido? ¡Mamá! ¡Uriel!
Me vestí con rapidez, salí corriendo buscando a mi madre y la encontré en la cocina preparando el desayuno junto a una criada.
¾    ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Estás aquí?
¾    ¿Dónde quieres que esté? ¿Todos los días te levantas tarde? ¾me gritó con mal humor.
¾    ¿Cómo?
¾    Desayuna y márchate, estoy cansada de verte por aquí.

Me quedé muy sorprendida, mi madre jamás me había gritado de esa manera tan vulgar, ni siquiera cuando estaba enfadada. Aquella no parecía ella. Tal vez tuviera un mal día. Intenté ser simpática.

¾    ¿Mamá, qué día es hoy? ¾le dijo un poco melosa.
Me miró sorprendida y me dijo:
¾    ¿Estás gilipollas?

»         ¡Mon dieu! ¿Qué pasa aquí? ¿Esta es mi madre? Ella no habla así.

¾    No mamá, he tenido una pesadilla muy rara y me he despertado sin saber qué día es hoy.
¾    Hoy es 2 de noviembre, fiesta de todos los santos ¾me dijo la criada, a la que no conocía.
¾    ¿De qué año? ¾pregunté.
¾    ¿Año? Esta niña está peor cada día ¾comentó mi madre saliendo de la cocina muy enfadada.

Miré entonces a la cridada que me observaba muy sorprendida.

¾    ¿Año? ¾le volví a preguntar.
¾    1976 ¾dijo casi asustada.

¡Merde!, ¡merde!, ¡merde! He vuelto al pasado. Todavía no he conocido a Uriel.  Hoy debe entregarme el medallón Antonio, ¿lo hará? Si es 1976 tengo que ir al instituto. ¿Qué ocurrirá? ¡Mon dieu! Estoy nerviosa, más que el primer día que fui al instituto si conocer a nadie.
No desayuné, me vestí y salí corriendo camino del liceo. Llegué con la lengua fuera jaleando como los animales. Entré en el instituto como un vendaval, un guardia de seguridad me observaba al cruzar la puerta del recinto interior, al llegar a clase Antonio no me esperaba, pero no tuve tiempo para pensarlo, la clase ya había comenzado y entré muy decidida. Me dirigía a mi sitio cuando el profesor me llamó la atención:

¾    Señorita Anik, otra vez llega tarde.
¾    Me dormí ¾dije por instinto.
¾    Por supuesto, como siempre. Hablaré con su madre para que tome medidas en casa. La sociedad no puede permitir esas licencias en una joven de su edad. Siéntese. Tiene un punto menos en el examen trimestral.

No le respondí, pensé que era mejor guardar silencio, me sorprendió tanta disciplina. Observé las caras de mis compañeros que miraban muy serias al profesor. Nadie dijo nada, si siquiera un comentario jocoso. Me senté al lado de Carmen que ni siquiera me miró.

¾    Tengo que hablar contigo ¾le susurré.
¾    Cállate no quiero que vuelvan a castigarme por tu culpa.
¾    Necesito saber que ocurre aquí ¾me miró sorprendida.
¾    Señoritas Anik y Carmen, si vuelvo a verlas hablar están suspensas.

Mi compañera agachó la cabeza sin comentar nada. Los demás compañeros ni siquiera nos miraron. Todo era tan extraño que pensé que no solo me habían trasladado de nuevo a 1976 sino que habían cambiado a todo el mundo. Seguramente les han metido recuerdos nuevos y por esos son así.
En el recreo busqué a Antonio y lo encontré paseando con unos amigos. Caminaban en silencio. Todos los grupos hacían lo mismo, caminar sin decir palabra. No se oía ningún ruido ni conversaciones. Todos paseaban en grupo, la única que iba sola era yo. ¿Sería una maldición? Me acerqué a Antonio con precaución, me miró un segundo y continuó su camino.

¾    ¡Hola Antonio! Podemos hablar.

Se paró y se aproximó a mí como con miedo. Sobre su cuello colgaba un medallón que podría ser el que encontró en la cueva.

¾    ¿Qué quieres? Sabes bien que no podemos hablar con las alumnas de bup ¾me dijo.
¾    ¿Por qué?
¾    Son las normas.
¾    ¡Merde, merde!

Me marché cabreada. Es seguro que no me traerá ningún medallón. Me fui con el grupo de Carmen.
¾    Oye guapa ¾me dijo¾ deja en paz a los mayores o volverás a tener problemas.
Es indudable que aquella no era la gente que había conocido, me fui al aula y decidí no volver a preguntar nada. Intentaría adaptarme a los nuevos acontecimientos hasta que averigüe como volver a mi vida anterior, a mi vida conocida. ¿Y Uriel? ¿Cómo será?
Los días siguientes fueron muy parecidos. Me dolía tanta soledad. Había control de estudios de todas las asignaturas y había que estudiar cada día para que no te castigaran. Los castigos eran normales y me indignaba la forma en que los aceptaban. Había muchas normas cívicas que cumplir pero yo las desconocía y no me atreví a preguntárselas a nadie, se supone que las conozco. Cómo les voy a decir que acabo de llegar a este mundo y nadie me ha explicado que vida he llevado ni que he aprendido. Observé a los demás y decidí utilizar el sentido común en cuanto a normas represivas y me iba apañando, de vez en cuando recibía una reprimenda pero parecía que eso iba con mi carácter y no se extrañaban.
Mis compañeros parecían robot más que adolescentes. La falta de alegría y de relacionarse entre ellos supondría un déficit de cariño en su mundo adulto. ¿Un mundo adulto? No había tenido tiempo de observar a los mayores salvo a los profesores. Cuando salía de clase me marchaba sola, bueno, los demás iban en grupos sin hablar por lo tanto parecían que también iban solos. Cuando llegaba a casa saludaba a mi madre y me metía en mi habitación. Ella venía de vez en cuando y si me veía en la mesa de estudio se marchaba sin decir nada. ¡Mon dieu!, mi madre era el ser más extraño que yo había conocido. Nada que ver con la madre que yo amaba.
Una semana después apareció Samael, ni era tan guapo ni era el mismo. Tal vez fuera el original. Eso no podía saberlo, simplemente era un profesor sustituto, sin más. Siguió las clases de matemáticas por donde lo dejó el otro. Decididamente aquel no era mi mundo. Parecía todo tan artificial que era imposible que fuera verdad. Los arcángeles se habían vengado bien modificando las mentes de todos los seres vivientes. Sin embargo pensaba que tenía que haber alguna manera de recuperar mi vida anterior. Desde luego no me iba a rendir.
Lo que no había olvidado era el día que conocí a Uriel, el doce de noviembre, viernes. Ese día fui de nuevo al instituto con ilusión. Sabía que me iba a encontrar algo raro pero estaba segura que el amor entre los humanos no podían modificarlo los arcángeles y lo volvería a enamorar. Recordaba como lo conocí. Aquel día llegó un poco tarde y se sentó detrás de mí. Su aroma me embriagó y al mismo tiempo me puso nerviosa. Creo que sentí miedo de enamorarme como lo hice. Al terminar la primera clase tropecé con él y me agarró para que no me cayera al suelo. ¡Dieu! Tembló todo mi cuerpo, luego al salir de clase me salvo de que un coche me atropellara y me pidió los apuntes. Era tan guapo que yo pensaba que nunca se fijaría en mí, pero lo hizo y me amó con intensidad. Lo sé. Siempre supe que su amor era inmenso y aunque a veces estuve tentada de aceptar otros amores solo el suyo llegó a llenarme como yo necesitaba.
Me senté en silencio esperando su llegada. Nadie hablaba, la disciplina de los alumnos era modélica y yo me aburría terriblemente al no poder comentar nada con mis compañeros. Aunque los profesores no estuvieran ellos guardaban el orden sin necesidad de un vigilante. Miré a Carmen con curiosidad y sin poderlo evitar quise impresionarla:

¾    Vas a ver aparecer al tío más guapo que hayas visto nunca. Es rubio y se llama Uriel. Será mi novio.

Mi compañera me miró durante un segundo sin decir nada y continuó con los ojos perdidos en la pizarra.
Los minutos se me hicieron eternos. La puerta se abrió y apareció sonriendo. Desde mi vuelta al pasado era la primera vez que veía a alguien sonreír de forma natural. Todos dirigieron sus miradas hacia la puerta y luego miraron al profesor. Hacia él se dirigió y hablaron en susurros, después nos lo presentó.

¾    Este es Uriel, vuestro nuevo compañero que no ha podido incorporarse antes por estar enfermo ¾nos dijo como presentación y luego se dirigió a él¾ Siéntese en aquel asiento libre.

Un pequeño gemido de sorpresa salió de Carmen que me miraba con los ojos y la boca abierta sin entender nada. No podía sospechar como sabía aquello.
El único sitio libre era el que había detrás de mí. Al menos lo tendría cerca. Al pasar a mi lado me miró de reojo y eso me ilusionó. ¡Unmmm! ¡Mon dieu! Su aroma si era el mismo. Se sentó y le oí sacar sus cuadernos y sus lápices de su mochila. Al poner la mochila en el suelo al lado de su mesa se cayó al suelo e interrumpió al profesor. Me agaché y la puse de pié apoyada en su mesa. «Gracias» Me susurró acercándose a mi espalda.
En cuanto el profesor salió me volví y le ofrecí mi ayuda. No pude dejar de mirar sus ojos. ¡Mon dieu! Lo hubiera besado en aquel momento pero él no me hubiera entendido y seguro que me castigaban expulsándome por mala conducta.

¾    ¡Hola Uriel!, si necesitas los apuntes o cualquier cosa pídemelo. Soy Anik.
¾    Gracias Anik, ¿de dónde eres?
¾    Soy española pero nací en Francia.
¾    ¿Por qué me ofreces tu ayuda?
¾    Acabas de llegar… lo necesitas. ¿O no?
¾    Sí, sí, claro que sí, pero no estoy acostumbrado a que nadie me ayude.
¾    Ya me imagino, nos educan para ser insensibles.
¾    Calla. Te pueden castigar. Tienen muchos oídos.
¾    Lo sé. ¿De dónde eres?
En ese momento entré el nuevo profesor y todos nos pusimos de pie recitando al unísono unas palabras de bienvenida. La conversación se interrumpió. En cuanto terminó la clase me levanté para que tropezara conmigo pero fue más rápido y pasó como un rayo a mi lado para hablar con el profesor antes de que saliera del aula. ¡Merde!!Merde!, me he perdido su abrazo. Me esperé a que terminara para seguirlo y salí detrás de él, pero en la calle no lo encontraba. No sabía dónde se había metido. Desilusionada me marché sola a casa como todos los días. Desde mi vuelta no había conseguido hacer ninguna amiga, ni siquiera alguien con quién charlar.
De pronto unos brazos me levantaron del suelo y me llevaron hacia atrás al tiempo que se oía un fuerte chirrido de neumáticos. El conductor me miró fijamente moviendo negativamente la cabeza mientras se marchaba acelerando suavemente. Me volví para ver mi salvador y me encontré con Samael.

¾    Señorita, debe mirar antes de cruzar.

¡Merde! ¡Merde!, de nuevo me han robado mi escena. Me quedé de piedra. No atinaba a articular palabra.

¾    ¿Se encuentra bien? ¾me preguntaba con amabilidad.
¾    Sí, gracias, iba despistada.
¾    Tenga cuidado, los coches van como locos.

Entonces vi que Uriel venía detrás de nosotros y nos miraba fijamente. El profesor continuó su marcha rápida hacia la calle San Miguel y yo decidí coger el camino de las cuevas. De reojo vi cómo mi nuevo compañero me seguía, bueno en realidad iba a su casa y la que sabía que me seguiría era yo. Al llegar a las primeras cuevas hice como que tropezaba y me caí al suelo. Mi carpeta salió disparada por el aire y cayó a unos metros de mí, mientras mi falda quedó de forma que mis piernas quedaron a la vista de los transeúntes.
Uriel corrió hacia mí y se arrodilló para auxiliarme.

¾    ¿Te has hecho daño? ¾me preguntó mientras me tapaba las piernas poniendo bien la falda.
¾    No sé, me duele el tobillo. Ayúdame a levantarme. ¾le decía mientras me tocaba el tobillo de mi pierna derecha.
¾    Levántame en tus brazos, lo necesito. ¡Por favor! ¡Por favor!
Pasó su brazo por detrás de mi cuerpo y yo le ayudé apoyando el mío en su cuello, levantándome con firmeza. ¡Mon dieu! Su aroma volvía a embriagarme. Mi cuerpo temblaba como la primera vez.
¾    ¿Puedes andar?
»         No puedo, no puedo, ayúdame por favor.

Intenté dar unos pasos y simulé cojear un poco. Al menos había conseguido llamar su atención.

¾    Parece que sí. Gracias.

Su brazo seguía abrazándome y yo a él. Nos miramos fijamente un momento y luego nos separamos. Me recogió la carpeta del suelo y me la dio.

¾    Gracias.
¾    De nada.

Seguimos andamos unos metros en silencio y volvió a preguntarme:

¾    Seguro que estás bien.
¾    ¿Estás sordo?
¾    Ja,ja,ja… no. Te has caído.
¾    Ya sé que me he caído.
¾    Vale, vale, no te enfades. ¿Vives por aquí?
¾    No.
¾    ¿Y a dónde vas?
¾    Y a ti que te importa.

»         Perdona, perdona, no quería decir eso.

¾    Perdona, no quería entrometerme en tu vida ¾el pobre me pedía perdón cuando era yo la que tenía que pedirlo.
¾    No, no, perdóname tú, eres el primero que mantiene una conversación normal conmigo ¾pude decirle al fin.
¾    Soy raro.
¾    No. Eres normal, los raros son ellos. Me he encontrado con el nuevo profesor y me he venido por aquí para no acompañarlo ¾le mentí, pero parecía lógico.
¾    Comprendo, me alegro de que lo hayas hecho. Así hemos podido hablar con tranquilidad.
¾    Yo también, aunque me haya caído. En clase te pregunté de dónde eres.
¾    Sí, preguntas mucho y eso me gusta. Soy de Baza.
¾    ¡Ah! ¿Y por qué vienes a estudiar aquí?
¾    Me expulsaron del Instituto pero quiero estudiar y ser médico.
¾    ¿Te expulsaron?
¾    Sí.
¾    ¿Eres malo?
¾    Bueno, un poco. Soy rebelde.
¾    ¡Mon dieu! Es lo más interesante que he escuchado últimamente.
¾    Sí, pero hay que tener cuidado para que el sistema no te aplaste. Es mi última oportunidad para poder estudiar medicina.
¾    Serás un buen médico.
¾    Gracias.
¾    ¿Sabes Uriel? Hay algo que me permite confiar en ti, me gustaría quedar contigo en algún lugar secreto, necesito información sobre todas las normas que hay que cumplir. Resulta que por alguna causa que no te puedo contar no recuerdo las normas y siempre tengo miedo de meter la pata. ¿Me ayudaras?
¾    ¿Has olvidado las normas?, ya me gustaría a mí olvidarlas. Creo que eres diferente a todas las chicas que conozco. Dime dónde y quedamos cuando quieras.

Se paró mirando una de las cuevas que se veían al fondo.

¾    Vivo aquí, en aquella cueva. Me gustaría invitarte pero no quiero causarte problemas.
¾    ¡Ah! Yo me voy a casa, llegaré tarde para comer.
¾    ¿Te acompaño?
¾    No, no, gracias. Es mejor que no. Yo tampoco quiero causarte problemas.

Miré a todos lados y no habías nadie por los alrededores así que me enganché a su cuello y lo besé en los labios. Mi cuerpo se estremeció y noté como el suyo le pasaba lo mismo. Su sorpresa fue mayúscula pero respondió a mi beso con pasión. Separé mi boca de la suya y me marché sin saber muy bien cómo salir de aquel lugar. Noté su mirada clavada en mi espalda cuando me marchaba sin mirar atrás. Me sentía feliz, al menos había conseguido contactar con él en esta sociedad donde las relaciones entre los jóvenes, no son bien vistas.
Cuando llegué a mi casa tuve que soportar la bronca de mi progenitora por llegar tarde, pero ya me había habituado.
Por la tarde no tenía clase y me metí en mi habitación para estudiar, al menos no tenía que aguantar los discursos de mi madre. ¡Mon dieu!, que pesada.
El sábado teníamos previsto, mi madre y yo, comprarnos ropa de invierno. En mi vida anterior, por decirlo de alguna manera, me había acompañado Carmen, ahora no éramos amigas así que deduje que no me acompañaría. Me equivoqué. Estaba desayunando cuando llegó a mi casa.

¾    Me dijo tu madre que te acompañara a comprar ropa, ¿te parece bien?
¾    Claro.
¾    ¿Cómo sabias lo de ese chico?
¾    Casualidad. Me lo inventé.
¾    Seguro que ya lo conocías y sabias que iba a venir. Me pareció muy guapo, ¿te gustaría que te pidiera a las autoridades en matrimonio?
¾    ¿Matrimonio? No, no quiero ningún matrimonio de esa manera. Me casaré con quién yo elija.
¾    Eres muy cabezona, sabes que tenemos que tener la autorización de las autoridades para casarnos. Aún nos faltan tres años.
¾    ¿Tres años?
¾    Sí, no son muchos.
¾    Yo no quiero casarme a los dieciocho. Tengo que estudiar.
¾    ¿Estudiar? Ninguna mujer estudia, tiene que cuidar a sus hijos. Estás muy rara últimamente, tienes ideas de hombres. No te estarás volviendo homosexual.
¾    Por supuesto que no.
¾    Menos mal, tendría que denunciarte e irías a la cárcel.

»         ¡Mon dieu!, era peor de lo que pensaba. No aceptaré ningún marido de esa manera. ¡Lo juro! Mejor cambio de conversación o me pongo enferma.

¾    No me gustan las tiendas de Guadix, no se parecen en nada a las de París pero necesito ropa ¾le dije intentando relajarme.
¾    No te preocupes, Guadix no es París, ni mucho menos, pero encontraras de todo lo que necesites.


Recordaba mis compras en Tejidos Romera y repetí la operación, incluso creo que me compré la misma ropa, me daba igual, solo pensaba en volver a ver a Uriel.

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