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Le dolían
los dedos de escribir en aquella pesada máquina, Hispano Olivetti. Daniel terminó
el último informe y lo guardó en la carpeta del caso Carmen María, los informes
estaban listos para entregárselos al capitán, pero no había conclusiones,
después de un mes investigando no habían llegado a ninguna parte, el primer
caso importante que se le presentaba en su vida y no podía detener a nadie, ni
siquiera tenían un sospechoso. Cerró los ojos y pasaron delante suya todas las
imágenes del caso, ¿Qué habría ocurrido con esta niña? No tenía ni idea. A sus
30 años su vida era un asco, desde su llegada a Guadix, los días se sucedían
unos a otros sin que nada le cambiara el ánimo, ni siquiera sabía por qué había
pedido traslado a esta comandancia, bueno si lo sabía, su amor de toda la vida
vivía allí, después de tantos años, se había armado valor para hablar con ella
y pedirle que se casara con él. Poco después de su llegada a la ciudad se presentó
en su domicilio en una casa del Callejón del Gallo, sus padres le dijeron que
había contraído matrimonio con un tal Manolo, de las Cuevas, que era camionero
y que le dirían que había preguntado por ella.
—Puede preguntar por mí en el cuartel, soy Guardia
Civil —aclaró Daniel.
—Así se lo diremos, viene todos los días a vernos.
Nunca
preguntó por él, Daniel, averiguó donde vivía y de vez en cuando la observaba
cuando iba a la Plaza de Abastos a realizar la compra, siempre lo hizo con
prudencia, en tres años no se había atrevido a hablarle. Al igual que en el
Instituto, se sentía cohibido solo con su presencia.
El traslado del jefe de la brigada de
investigación le había permitido entrar y hacer algo diferente, acorde a su
inteligencia y a su valía. El trabajo le gustaba, le permitía pasar muchas
horas fuera del cuartel, no llevar uniforme y mezclarse con la población. Cada
día soñaba con encontrar una pista que le llevara a la resolución del caso,
pero las declaraciones no llevaban a ninguna parte y no había nada que pudiera
indicar que había ocurrido. Nadie sabía nada. Eso era lo extraño, como es
posible que se desaparezca camino del Instituto con ciento de personas haciendo
el mismo recorrido y que nadie la viera ese día. ¡Eso era imposible! Todos los
días, de lunes a viernes, hacía ese camino a la misma hora, subía charlando con
sus amigas y compañeros, el día de su desaparición nadie la vio. Ni camino del
Instituto ni por ningún lado.
Daniel
solicitó permiso para entrar en el despacho del capitán:
—Pase Contreras, le iba a llamar porque quería
hablar con usted, —le contestó.
Terminó de abrir
la puerta y entró en el despacho.
—Perdón, no sabía que estaba ocupado, —se excusó.
—No se preocupe, le presento a Fabián, es hijo de un
amigo mío y mi ahijado.
Fabián en
ese momento se levantó y le ofreció la mano con cortesía. Aceptó el saludo.
—Es un placer —dijeron los dos al mismo tiempo.
Cuando su
interlocutor se sentó de nuevo, se dirigió al capitán:
— Aquí tiene los informes para su archivo, no hay
novedades, las pesquisas han sido negativas. Estoy desolado por el resultado.
—Gracias Contreras, he recibido muchas llamadas,
entre ellas del Gobernador Civil para que la investigación no se cierre,
igualmente del Obispo. ¡Siéntese!
—Estoy bien de pie ¡Señor!
—¡Siéntese coño!, Como te he dicho, Fabián es hijo
de un gran amigo y también mí ahijado, tanto mi esposa como yo le queremos
mucho, pero no está aquí por nosotros, sino para trabajar en el caso. Pertenece
a inteligencia, pero he solicitado su traslado provisional para que nos ayude
en las investigaciones, para ello he tenido que mover muchos hilos. Quedas
libre de servicio para volver a empezar con la investigación, pero esta vez
tendrás un punto de vista diferente, cuando lo conozcas entenderás porque hago
esto. Vivirá fuera del cuartel, acompáñale a buscar alojamiento y luego os
organizáis.
—¡A sus órdenes señor! Así lo haré.
El capitán
cogió la carpeta de la mesa y comenzó a leer los informes.
—He de preparar estos informes para enviarlos al
juzgado, luego podrás consultarlos en el archivo —dirigiéndose a Fabián.
—Gracias padrino, me voy con el sargento para que me
ponga al tanto.
—¡A sus órdenes! —saludaron los dos.
Salieron
del despacho y sin decir palabra caminaron hacia la calle. El cuartel estaba
junto a la carretera nacional que cruza Guadix. Daniel siguió andando carretera
abajo y Fabián lo siguió al mismo paso, ninguno habló, la situación era extraña
para los dos. Al llegar al bar Los Molinos decidieron romper el silencio:
— ¿Tomamos una cerveza?, —se preguntaron al unísono.
Ninguno
contestó, entraron en el bar y se sentaron en una mesa junto a la ventana, al
fin se miraron a los ojos. Fabián tomó la delantera:
—Entiendo que esta situación no te guste, tómame como
un colaborador, o mejor, como uno de tus hombres.
—Está bien, trabajaremos de mutuo acuerdo, quiero
estar informado de todas las acciones, no quiero que vayas por tu cuenta. Lo
primero es buscarte alojamiento.
—Ya lo tengo.
—Estupendo, veo que te mueves. ¿Dónde te has
alojado?
— En el Hotel Comercio.
—Yo te hubiera buscado algo más barato.
—Paga el gobierno.
—Qué suerte, ¿Y el café?
—También.
—Pues ya sé quién va a pagar.
—Me pagan unas dietas por día, si me paso es mi
problema.
—Ya quisiera yo vuestra paga.
— No te quejes.
—No quieres que te hable del caso.
—Tienes copia de los informes, o hemos de esperar
que me los dé el capitán.
—Tengo copias, no estoy conforme con la marcha de la
investigación y quería seguir indagando de mi cuenta, por si salta la liebre.
— Vámonos, quiero ver esos informes.
Fabián pagó
al camarero y salieron a la calle, miraron hacia el Parque, luego hacia arriba
y cruzaron la carretera hacia el Arco San Torcuato.
Daniel
había alquilado un piso en la calle Santa Ana, donde vivía solo. Al pasar por
la puerta de la farmacia de la calle Ancha entró para comprarse unas aspirinas,
últimamente le dolía mucho la cabeza, también llegó a la tienda de bicicletas
que estaba al lado y le preguntó si ya tenía lista la suya.
—Allí la tienes, le he puesto el cable y las
zapatillas de los frenos nuevas. Deberías cambiarle la yanta de la rueda de
atrás, para evitar el roce.
— ¿Y esta bicicleta de carreras?
— La vendo. Es de segunda mano, pero está nueva.
—¿Cuánto cuesta?
—10.000 pesetas
—No jodas, tú sabes lo que gano yo.
— Por ser para ti, te la puedo dejar en 8.000.
—6.000 y me la llevo
—Llévatela.
—Mañana voy a correos a sacar dinero y te pago.
—No hay problema, eres de confianza.
—Me llevo esta, mañana vengo a por la de paseo.
Cogió su
bicicleta como un niño con un juguete nuevo, al pasar por la Placeta de los
Cuchilleros se paró en el quiosco para comprar el periódico. El aire que bajaba
por la calle Santa Ana cortaba el resuello. Sintió un gran alivio al llegar al número
11, y entrar en el pequeño callejón que formaba la entrada a su portal. El
único piso habitado era el suyo, los demás estaban en ruinas, por 1.000 pesetas
al mes era suficiente. Al llegar a la puerta no sacó la llave, simplemente
golpeo secamente la puerta con la rodilla y esta se abrió. Fabián le miró
asombrado, sin embargo no se sorprendió, ya conocía la vida solitaria y extraña
que llevaba su nuevo compañero.
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