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viernes, 29 de marzo de 2013

AHORA




 Curso, 1974-75.- 17 años.
Ahora

Ni los recuerdos, ni los sueños
ni Preciosa ni Anmor,
ni tan siquiera el tictac del reloj
alejan mi silencio.
Ahora quisiera llorar,
gritar a los demás:
¿habéis oído la brisa
llorar en la tormenta?
Palabras y risas
caen al vacío.
Ahora, me sonríen las amapolas
mientras mi pelo lo mojan
pajaritas de papel.
Ahora.
¿Sabes, que es saber?
Saber es… ignorar.
Yo te sé….tú me ignoras.
Ahora.

*****

Aquel invierno me estaba resultando muy triste y la melancolía envolvía mi alma. El amor, en lugar de llevarme a la felicidad, me estaba hundiendo en un pozo donde reinaba la soledad más absoluta. Conseguir el amor de aquella chica de Fonelas, era como golpearse la cabeza contra una pared, una y otra vez. Mi mente había decidido romper con ella y mi corazón se rebelaba, pobrecito. Él no podía entender que ella no me amara. No, no lo podía entender y me hacía sufrir. Yo si lo entendía, pero era prisionero de mi propio corazón y mientras él no lo entendiera, poco podía hacer. A pesar de todo quería luchar y volver a ser libre, a enamorarme otra vez. ¿Sería capaz de cambiarle a Preciosa, el nombre?
El fin de semana fui a Huélago a ver a mis padres y regresé el domingo por la tarde en el tren. Cuando llegué a la casa donde vivía como estudiante, en Guadix, no encontré a nadie. Todo era silencio y dolor. Aunque tenía que estudiar para un examen, no me apetecía, y pensé en acostarme. Ya me estaba quitando la ropa cuando oí, a través de los cristales de la ventana, que comenzaba a llover. Abrí la ventana y me asomé. En esas circunstancias, lo que más me gustaba era pasear bajo la lluvia, claro que procuraba que nadie se enterara porque eran cosas mías.
Me puse mi gabardina, me levanté el cuello y salí a la calle, el aire olía a humedad, la tenue lluvia empapaba lentamente mis cabellos y mi corazón dejó de sufrir. Una paz interior recorrió mi cuerpo, bajé la calle Ancha y por el callejón de Bujez, salí al Arco San Torcuato, crucé la carretera y entré en el Parque, solitario a esas horas de la noche, y más con ese tiempo.
El cala-bobos, nunca mejor dicho, seguía cayendo sobre mí. Las gotas de agua sobre mi cara me sabían a caricias y me aislaban de la soledad. Caminé por el parque, alrededor de la estatua de Pedro Antonio de Alarcón, durante un rato hasta que me sentí lleno de paz.
Volví a la Placeta Santiago, donde se encontraba mi casa. La Vieja ya había vuelto y después del saludo, me puso la cena. Ni Rafa, ni Agustín, ni Mari Pepa habían llegado. Ellos vendrían el lunes por la mañana. Terminé de comer y me levanté dándole las buenas noches, ella me preguntó:
¾     ¿Qué vas a hacer ahora?
¾     ¿Ahora?, ¾le pregunté yo, sorprendido por su diálogo¾. Voy a estudiar ¾le contesté, mintiéndole.

Subí a mi habitación y cogí una libreta y escribí: «Ahora». Y después del título, la poesía.


El sonido de la lluvia en el cristal me acompañó durante toda la noche. Por la mañana llegó Rafa a dejar su equipaje y nos fuimos juntos al instituto. 

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