Se oía silencio al llegar a la cueva
del Coto, el aire sabía a soledad, tal vez por eso me gustaba ir y sentarme en
una piedra al sol para soñar con Preciosa. Pero aquella tarde hacía frío, aún
con el sol salido. Al fondo el pequeño manantial de los Cobos luchaba por seguir
su camino entre la hojarasca. Aquella canción de agua llenaba mi corazón helado
de sueños inacabados.
Mi cuerpo pareció estremecerse, abrí los ojos
y todo estaba oscuro; unos negros nubarrones habían llegado por el barranco del
Negro y ocupado todo cielo, «parece que va a llover», un
bestial trueno sonó en la cueva y comenzó a llover a cántaros, me levanté de
aquella roca y me trasladé al interior, «aquí
no llueve». De
pronto, una duda angustió mi alma, «¿y
si llueve mucho y sale la Riá por el Ramblón
y no puedo cruzar para ir a mi casa», mi
cabeza seguía dándole vueltas al asunto «esto
tiene mala pinta, me voy a casa, es mejor mojarme que quedarme aislado». Dejé
allí la libreta y el bolígrafo escondido en un agujero tapado con una piedra y bajé
el barranco hasta llegar al Camino del Coto. En pocos minutos el barro ocupaba
todo el camino y los pies se me pegaban al suelo; La oscuridad que se había
formado y los continuos relámpagos me llenaban de terror, pero debía continuar,
agaché la cabeza bajo esa lluvia torrencial y con paso rápido llegué pronto al
Ramblón, me dio alegría comprobar que apenas si llevaba un poco de agua, pasé
por las piedras puestas para no mojarse los pies aunque en este caso iba
empapado en agua.
Al pasar por la fuente de la Pocilla no pude evitar, a pesar del agua que
caía del cielo, agacharme y beber un trago que mojara también mi garganta. En
ese momento dejó de llover, cuando llegué a mi casa, unos cientos de metros
después, ya había salido el sol. Al entrar, mi madre se asustó al verme con esas
pintas, me llevó a mi habitación con rapidez y me sacó ropa seca para
cambiarme, mientras me desnudaba me trajo unas toallas para que me secara. Me vestí
con ropa seca y me fui a la Cámara Larga, mi lugar de lectura y escritura en
casa, a seguir escribiendo. Los gritos de la gente en la calle, llamaron mi atención:
«Ha
salío la Riá del Ramblón», miré por la ventanas hacia el Prao y vi como el agua
se desbordaba del cauce del río, salí corriendo a la calle y seguí a la gente
que se dirigía a la Pocilla, nos acercamos
hasta las proximidades del Ramblón para ver el espectáculo. Comenzaba a llegar
toda el agua que había caído por los ramblones del Sabucal, del Pantano, de Atascadero,
de la Sierra etc… después de un rato allí, nos fuimos a ver si salía la Rambla,
y efectivamente, comenzaba a subir el nivel del agua que provenía de otras ramblas y desaguaban en esta. Por
fortuna, el agua caída en la zona de la Rambla y Cerro Blanco había sido menor y
las dos riás no se habían juntado. El pueblo se había salvado de una inundación, gracias
a las obras que habían hecho en los dos cauces que atraviesan Huélago. El espectáculo
me había dado hambre y me fui a casa a comerme un bollo de aceite con pasas que
solía ser mi merienda habitual.
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