Margarita y otros nombres de mujer es un libro de relatos en el que los protagonistas son mujeres. Melisa es uno de los catorce relatos que lo componen.
2.- MELISA
Me llamo Melisa y voy a cumplir cincuenta y un año, una buena edad para vivir la vida como me dé la gana, sin que nadie me reproche todo lo que hago. La llegada de la menopausia supuso para mí un cambio importante en mi vida. Decidí no aguantar más y divorciarme de mi marido. El pobre no lo entendió, pero no tuvo más remedio que aceptarlo y marcharse de la vivienda que compartíamos. No acepté que alguien estuviera juzgando, en cuanto llegaba a casa, mis cambios de humor o mi alternancia entre mis sofocos y mis momentos de frío. No. Consideré que esa etapa de mi vida debería vivirla sola, o al menos, si la compartía con alguien, debería ser un hombre que me comprendiera y cuya presencia me hiciera feliz. Como consideraba que encontrar esa clase de hombre iba a ser imposible, porque no existía, acepté que la soledad me haría feliz. Además, ya no quería a mi marido, debí quererlo al principio, por supuesto, y me había acostumbrado a su presencia y a sus continuos reproches, pero todo tenía un limite. No habíamos tenido hijos y eso hizo la separación más fácil. Él siempre me reprochó mi escaso interés por el sexo y decía que esa era la causa por la que no me quedaba embarazada. No creo que fuese por eso, sino que la infertilidad podía ser de cualquiera de los dos; la pena es que nunca nos hicimos ninguna prueba porque decía: “para qué”. No ser madre siempre me puso triste y la menopausia me condenaba de por vida. Ya no tendría oportunidad. Lo asumí. O al menos lo intenté, porque el regomello no se me iba. Además, él se consideraba un as en lo del sexo, porque siempre estaba dispuesto. Eso era cierto. En una ocasión me dijo que había estado con tres mujeres a la vez y había cumplido con las tres. Claro que era un bocazas, y aunque no me lo creí, sonreía satisfecho como si hubiera conseguido el mayor de los logros humanos. Lo que sé a ciencia cierta, fue que yo jamás tuve un orgasmo, ni me daba el placer que yo necesitaba para excitarme, y juro que lo intenté. El aburrimiento pudo conmigo y el sexo dejó de interesarme en su presencia, porque en su ausencia, mi imaginación se desbordaba y fui amante de todos los actores que veía en las películas. En el momento de marcharse me sentí como París al ser liberada por los aliados en la Segunda Guerra Mundial: libre.
En los primeros días busqué la tranquilidad, el silencio, la ausencia de reproches y me sentí feliz, bueno, si no feliz si muy a gusto. Me limité a trabajar y volver a casa para leer y ver la tele simultáneamente. En el trabajo tenía una amiga, llamada María, que salía todos los fines de semana, y lo que más me sorprendía era que cada vez lo hacía con un joven distinto a los que accedía a través de una aplicación de móvil. Todos los días intentaba convencerme de que la acompañara porque podía elegir entre cientos de hombres, mi respuesta siempre fue negativa. No me interesaba el sexo con desconocidos, ni tampoco deseaba un semental cada semana.
Mi amiga y yo habíamos nacido el mismo día y el mismo año, es decir, cumplíamos años a la vez, pero nunca lo habíamos celebrado juntas. Este año decidió que haríamos una fiesta en su casa e invitaríamos a algunos amigos. Me negué, la conocía bien y sabía que traería a unos cuantos tíos para que yo sucumbiera ante alguno de ellos. Entonces cambió de estrategia y decidió hacerlo en mi casa, las dos solas. Eso sí lo acepté. Por fortuna, el día de nuestro cincuenta y un cumpleaños caía en sábado y al día siguiente no teníamos que trabajar, por lo que podíamos quedarnos a ver alguna película de internet toda la noche. Yo preparé unas bolsas de patatas con unas Coca Colas y algo de comida para picar. Nada de alcohol. Pero mi amiga no estaba de acuerdo, y, como me conocía bien, trajo su propio repertorio: ginebra, vodka, y otras bebidas igualmente alcohólicas, especialmente un licor muy dulce con mucho alcohol, claro que nunca me advirtió de esa circunstancia. Mientras ella bebía ginebra con Coca Cola, yo me tomaba un chupito de licor detrás de otro. Al ser pequeños, creía que no me harían efecto y estaba muy relajada. Cuando me di cuenta estábamos bailando en medio del salón con la música a todo volumen. Naturalmente, al rato llamaron los vecinos amenazando con dar parte a la policía si no bajábamos el volumen de la música y nos cortaron el rollo. Yo, ya me encontraba desinhibida totalmente, como nunca lo había estado. María propuso ir al bar de un amigo suyo que a esas horas estaría casi vacío y donde podían seguir con la fiesta hasta el amanecer. Acepté como hubiera aceptado ir al fin del mundo, o a cualquier sitio. Sabía que estaba borracha, pero me encontraba muy a gusto y eso me desorientó. Llegamos al bar y resultó que el amigo de María era un antiguo compañero del instituto. El tío más pesado que nunca conocí. Y digo pesado porque estuvo declarándome su amor desde el primer año hasta el último, sin que en ningún momento le hubiera hecho el más mínimo caso. Ni siquiera le dejé ser mi amigo. Yo lo recordaba como un tipo enclenque, un poco feo y algo tímido. ¡Joder! Me encontré con un tipo alto, guapo y un cuerpo fabuloso. Se ve que dio el estirón después del bachiller y que la vida lo ha tratado muy bien porque los cincuenta le caen de maravillas; a mí, en cambio, me ha ido como a una mierda. A mis cincuenta y un año todavía no he conocido la felicidad. No pude seguir con mis pensamientos porque salió de la barra y me saludó con dos besos y un abrazo. A pesar del alcohol, me sentía mal por el trato que le di en nuestra adolescencia. Pero, eso era historia antigua.
Volvió a la barra y nos preparó cuatro cócteles que puso delante de nosotros.
—Somos dos —le aclaré yo.
—He llamado a un amigo que estará aquí en un momento y yo beberé con vosotras para celebrar tu cumpleaños —respondió con una sonrisa que me dejó algo descolocada.
Su amigo llegó y enseguida comenzó a charlar con mi amiga mientras Damián, que así se llamaba mi antiguo compañero, cerraba la puerta del bar y lo dejaba solo para nosotros. Los cuatro nos pusimos a bailar sin dejar de beber durante toda la noche hasta el amanecer. Yo me encontraba sorprendida por aguantar tanto, pero lo cierto era que todo me daba vueltas y, cuando hablábamos de regresar a casa, me caí al tiempo que vomitaba encima de mi vestido al intentar levantarme. Corrí al cuarto de baño donde seguí echando por mi boca litros y litros de un líquido marrón de olor asqueroso que nada tenía que ver con los cócteles de sabor agradable que había bebido. Aunque me lavé la mancha del vestido, no desapareció, ni tampoco el mal olor, pero no quería que mi noche de cumpleaños terminara malamente y salí del cuarto de baño del bar con una sonrisa en la boca, eso sí, con la mano puesta en la pared para no caerme. Enfrente de la puerta estaba Damián preguntándome cómo me encontraba. Entonces descubrí que María y el amigo de mi compañero se habían largado dejándome en la estacada.
—Perdona, no estoy acostumbrada a beber. Ayer fue mi cumpleaños —le dije con tono de borracha primeriza, sin atreverme a andar por miedo a caerme.
—Lo sé. No he olvidado el día de tu nacimiento. Un día es un día y en cuanto duermas un poco se te pasará, de eso entiendo mucho —dijo al tiempo que me cogía del brazo para sentarme en una silla.
—Gracias. Debes guardarme mucho rencor por la forma en que te traté en el instituto. ¿Verdad? —Mi pregunta rebelaba mi remordimiento, y también mi estupidez porque no venía a cuento. Sin embargo, me respondió con mucha diplomacia.
—No. No podría. Éramos muy jóvenes. Aquella historia ya pasó. Me he alegrado mucho de volver a verte…
—¡Y yo! Yo también —entonces me fijé en el lamentable estado de mi vestido y de mi pelo— ¿Y cómo regreso así a casa? Ni siquiera puedo caminar —me dio la risa tonta y no dejaba de reír.
—No te preocupes. Yo vivo arriba. Mientras te duchas, enjuago tu vestido y lo meto en la secadora.
No me dejó opinar. Me cogió un brazo y lo echó por encima de su cabeza para que pudiera andar, me llevó al almacén canturreando una canción en francés. La recordé. Nos la enseñó el profesor de francés en clase. Intenté acompañarlo entonando la canción, pero apenas si podía pronunciar por los efectos del alcohol y de nuevo me dio por reír. Al fondo había unas escaleras metálicas de caracol. Como no podíamos subir los dos juntos, me cogió en su pecho como si fuese un bebé y en un momento estábamos arriba. Me dejó en el cuarto de baño junto a la ducha. Tuve que esforzarme por mantener el equilibrio y no caer al suelo delante de él. Abrió los grifos del agua y se marchó. Volvió enseguida, aunque yo no me había movido por temor a caerme al andar, con un albornoz que colgó junto a las toallas.
—Desnúdate y deja la ropa en el suelo. Cuando termines te pones este albornoz mientras se seca tu vestido. Está sin estrenar —me ordenó y salió de nuevo.
Me quité el vestido y la ropa interior para dejarla junto a la puerta. Sin separar la mano de la pared, logré llegar a la ducha y meterme bajo el agua. ¡Maldita sea! Grité. El agua estaba fría. No me importó, me alegré al sentir como mi mente se espabilaba y el mal olor desaparecía. Eso me dio confianza y al salir de la ducha no me puse el albornoz, sino que fui muy decidida al salón, donde se encontraba viendo la tele y tomando un café solo y sin azúcar para combatir la futura resaca y, según su creencia, bajar los niveles de alcohol. Al verme se levanto muy sorprendido, pero no le dejé actuar y lo abracé besándolo con pasión. Siento no poder contar más por que al despertar no recordaba qué había ocurrido. Probablemente, pensé, me quedé dormida y no ocurrió nada, o tal vez ocurrió y ya no tenía remedio. Lo único que me preguntaba era qué hacía en la cama con la persona que menos hubiera imaginado. Solo recordaba beber y beber sin medida, y un príncipe que me llevó en brazos a su castillo. Entendía lo que había pasado, que me había metido en la cama con un hombre, siendo yo, una mujer libre, pero eso no me reconfortaba en absoluto, al menos no me quedaría embarazada, si es que hice el amor con este individuo y fuera cual fuera lo que ocurrió, la menopausia me salvaba del tema. Respiré aliviada al recordar que desde que llegó a mi vida solo me ha dado irritaciones, me refiero a la menopausia, en esta ocasión me salvaba el culo, o al menos eso pensé en aquel momento en el que olvidé que mi ex-marido me acusaba de estéril.
Entonces me di cuenta del tremendo dolor de cabeza y me la cogí entre las dos manos, parecía que me iba a estallar. Entendí que formaba parte de la resaca y que no tenía que hacerle caso, ya se pasaría. A mi lado estaba Damián, el chico que siempre me estaba mirando en el instituto, muy a mi pesar, y del que yo, siempre huía, ahora lo tenía a mi lado completamente desnudo y a mi merced. No sé por qué, pero mi mano quiso acariciar su cara, me contuve por temor a despertarlo, no era el momento de charla y tampoco de sexo. Por la persiana aún entraba un poco de luz y levanté la cabeza para ver el dormitorio, aparte de la cama con las mesitas, un armario y una silla con mi vestido limpio y planchado, junto a la ropa interior, debió de hacerlo mientras dormía, me dijo que tenía lavadora y secadora y si vivía solo, seguro que sabía planchar. Miré su reloj despertador, de esos grandes y antiguos que funcionaban con cuerda, y señalaba las cuatro, supuse que de la tarde, aunque no sabía ni la hora en que me quedé dormida, ni cuanto tiempo llevaba en la cama. La cabeza me seguía estallando. Recordé que mi amiga me dijo que el pub lo abría a las seis y pensé que no podía ser de otro día porque sería mucho dormir y él tenía que trabajar, aunque fuese en domingo. Me asusté un poco al pensar que estaría a punto de sonar la alarma y eso lo complicaría todo. Salte de la cama y me vestí rápido, busqué la puerta de salida del piso antes de que despertara y tuviese que darle algún tipo de explicación.
Eché de menos las gafas de sol porque la luz me molestaba y parecía que la cabeza me iba a estallar, menuda cara debía de llevar. No quiero ni imaginar las barbaridades que pensarían todos aquellos con los que me encontré al salir a la calle y ver que caminaba sin peinar y con los ojos cerrados gritando: “taxi”, “taxi”. La gente se apartaba a mi paso para evitar que los atropellase, alguno murmuró: “a dónde va esa loca”. Tuve suerte y un taxi paró a mi lado y me llevó a casa. Esa noche apenas dormí intentando rememorar cómo hacía el amor Damián, si es que lo hicimos, no podía saberlo porque solo recordaba besarlo al salir de la ducha, lo que si recordaba muy bien era su cuerpo musculoso sin una pizca de grasa, a pesar de su edad, y lo bien dotado que estaba en comparación con mi marido. Eso me hizo sonreír. Tal vez debí de quedarme y preguntarle si realmente habíamos hecho el amor o no, seguro que él se acordaba. Decidí por mi cuenta que no había ocurrido nada y olvidar el tema, al fin y al cabo, vivíamos en barrios diferentes y en treinta años no nos habíamos encontrado ni una sola vez. Respecto a mi amiga María, le cayó una buena bronca en cuanto la vi el lunes en el trabajo. Le dije que nunca volvería a salir con ella. Que me dejara sola no me gustó, aunque tuviese buenas intenciones, me supo a encerrona. Ya le había aclarado que no deseaba ningún encuentro sexual con hombres, bueno, tampoco con mujeres. A partir de entonces me dediqué al trabajo y a casa, aunque no olvidaba el cuerpo desnudo de Damián sobre la cama. Más de una noche me hubiera ido al pub para verlo y charlar, y si surgía algo, estupendo, pero me quedaba en el sofá viendo la tele. La televisión es lo más tonto que te puedes imaginar, te tiras las horas mirándola sin saber siquiera qué es lo que estás viendo y al final te sientes insatisfecha porque no te ha gustado nada de lo que has visto. Tampoco tengo que echarle la culpa a la tele porque la culpa es mía y solo mía.
A los dos meses de mi cumpleaños me puse enferma y vomitaba por las mañanas en cuanto me levantaba, el resto del día tenía nauseas, también tuve infección de orina y meaba con mucha frecuencia. Fui al médico y me mandó un jarabe y unas pastillas. La verdad es que ni me miró la cara, le conté lo que me ocurría, lo escribió en el ordenador y me imprimió las recetas, pero las medicinas no me curaron. Fue mi amiga la que dio la voz de alarma:
—Si vomitas por las mañanas, meas mucho y te molesta el vientre, es que estás embarazada, además, creo que tienes las tetas más grandes —lo soltó por pura lógica, sin ser consciente del significado de sus palabras.
—Imposible. Tengo la menopausia, ya no puedo tener hijos —le respondí con premura, de eso estaba muy segura o al menos, así lo creía yo.
Al regresar a casa, al salir de la ducha me miré al espejo y comprobé que era cierto, mis tetas eran mas grandes que habitualmente y mis pezones, junto a las areolas, se habían vuelto marrón oscuro, también habían aparecido unas venas por los senos que antes no tenía, eso me preocupó. ¿Estaré embarazada? A partir de ese momento mi cabeza no dejó de pensar. ¿Cuánto tiempo llevaba sin la regla? Recordé que más de seis meses. ¿Y si la regla se me retiró por otras causas y no por la menopausia? Pero los síntomas que tenía eran los propios de una mujer menopáusica: había desaparecido la regla sin más, tenía tremendos sofocos y unos calores repentinos que me agobiaban, no dormía bien y mis cambios emocionales eran de aúpa, de tal forma que me volví huraña y solitaria. Pensaba que, si no me soportaba yo, no me soportarían los demás. No sabía que hacer. En un principio decidí que no ocurría nada y continué con mi rutina de todos los días. Solo aguanté unos días más. A la tercera mañana, en cuanto terminaron los vómitos, cogí el teléfono y llamé al trabajo para decir que estaba enferma y me iba al médico. Mi amiga llamó poco después para decirme que hacía muy bien y que la tuviese informada. El médico me mandó un análisis de sangre y orina para comprobar mi salud y naturalmente la prueba del embarazo, decía que necesitaba saber cómo me encontraba físicamente y, ya puestos, me ahorraba la prueba de la farmacia. La enfermera, nada más verme y leer el volante del médico, dijo, mientras me clavaba la aguja y extraía mi sangre, que sabía que estaba embarazada sin necesidad de la prueba. Pienso que reconoció mi cara de angustia y quiso mofarse de mi miedo, o tal vez, quería ser simpática mientras realizaba su trabajo, pero, en ese momento, no estaba para simpatías. Le dejé el frasco de orina y me marché con la misma cara con la que llegué. Y si estoy embarazada… ¿qué hago? Pues qué voy a hacer… tenerlo. Los cambios que mostraba mi cuerpo evidenciaban lo que me estaba ocurriendo, eso lo vi más tarde, pero mi mente tenía dos obstáculos que impedían que asimilara la realidad. El primero era la creencia de que me consideraba estéril. La repetición por parte de mi ex-marido de que yo tenía la culpa terminó por hacer que me creyera culpable y lo segundo que llevaba más de seis meses sin la regla y con todos los síntomas de la menopausia. Podía añadir un tercero, porque si había tenido relaciones sexuales con un hombre, ni siquiera lo recordaba.
Tres días más tarde fui a recoger los análisis y supe que estaba embarazada de dos meses. El médico me felicitó y me entregó unos folios con las recomendaciones pertinentes y dada mi edad debía de cumplirlas a rajatabla. ¡Mi edad! Eso volvió a preocuparme. Volví a casa en un estado que no sabría describir, por una parte, me sentía alegre como nunca lo había estado y por otra muy preocupada si podría tener un hijo sano con cincuenta y un año. Pensé en llamar a mi ex-marido para darle la noticia y restregarle que el estéril era él, no lo hice porque por nada del mundo quería oír su voz. Por lo pronto, mi mente y mi cuerpo no se entendieron, me sentía tan extraña que terminé en la cama sin querer saber nada del mundo. Por fortuna, cuando estás mal, lo amigos de verdad se notan, y esa noche mi amiga María, que, a pesar de ser tan promiscua con los hombres, me quería mucho, vino a verme para sacarme de la cama, me echó una buena bronca por mi actitud haciéndome ver lo que significaba traer una nueva vida al mundo y me sentí mejor. Mi semblante cambió y una alegría inmensa llenó mi corazón, pero entonces mi amiga dijo una frase que me dejó de nuevo helada:
—¿Se lo vas a contar al padre? —Me quedé totalmente desconcertada, sin saber qué decir.
La noticia del embarazo había hecho que, por momentos, me olvidara de Damián, el posible padre. ¡Qué posible! De posible nada: el padre. Y ahora si estaba segura que tuve relaciones intimas con él. ¡Dios! Me molesta no poder recordarlo.
Una vez que asimilé el hecho de estar embarazada, se me presentó el dilema si lo llevaba sola o si se lo comunicaba al padre. No tenía ni puta idea si él deseaba un hijo, ni que actitud iba a adoptar ante esta situación. Tampoco me importaba mucho, porque me sentía muy capaz de tener y criar a mi hijo o hija sin la ayuda de ningún hombre. No obstante, consideré más ético comunicarle que su acción conmigo había tenido como consecuencia la concepción de una nueva vida, aunque lo mismo él tampoco lo recordaba; o tal vez no debía decirle nada para evitar intromisiones no deseadas.
Me equivocaba por completo, lo supe en cuanto volví a verlo. Ocurrió un viernes en la que María y yo nos fuimos al pub de Damián al terminar el trabajo. No podía seguir con esa incertidumbre y decidí que, para saber lo que pensaba, debería hablar con él y conocerlo un poco. No me encontraba a gusto con mi secreto, pero tampoco iba a soltárselo de repente. Nada más entrar, mi amiga se fue a una mesa con unos conocidos dejándome sola en la barra. Me senté en un taburete y lo miré a los ojos sonriendo, Dios, ¡qué guapo!, pensé. ¿Cómo es posible que viva solo? Llevaba unos minutos allí y pude comprobar como algunas mujeres lo miraban con deseo, ¿y yo? ¿Lo estaba mirando con deseo?, ¿Y si se daba cuenta? ¡Dios, qué vergüenza! Mi mente se estaba haciendo un lío entre mis nuevos sentimientos y mi manera de pensar. Parecía como si fuese una persona diferente que abandonaba sus viejos y anticuados principios para dar vía libre al corazón. Ante ese lío mental, mi pensamiento se paró en cuanto él se acercó para poner ante mí un coctel con un color rosa muy bonito, al tiempo que mi corazón se aceleraba.
—No tiene alcohol. Lo he hecho especialmente para ti. Le he puesto de nombre Melisa —fue lo primero que me dijo, yo debí de poner cara rara porque intentó justificarlo—, me dijiste que normalmente no bebías alcohol, ¿recuerdas? ¿O prefieres otra cosa?
—No. Está bien, tiene buena pinta. Gracias. Lo siento, no recuerdo nada de lo que te dije, pero es cierto, no bebo alcohol, mi cumpleaños fue una excepción. Y vaya borrachera que pillé. Tampoco recuerdo nada de lo que ocurrió, de todas formas, gracias por tu hospitalidad, no estaba en condiciones de volver a casa —era una manera de disculparme por mi comportamiento que debió ser patético.
—¿De veras no recuerdas lo que ocurrió? Fue la noche más maravillosa de mi vida. Siento que estuvieses borracha, intenté negarme, pero no pude resistirme a tus encantos. Te pido perdón si hice mal. Me entristeció despertar y ver que no estabas, deseaba llevarte a casa sana y a salvo —decía con un tono tristón, sin dejar de mirarme a los ojos directamente.
—No te preocupes, cogí un taxi y regresé sin problemas, eso sí, con un dolor de cabeza tremendo. Soy yo la que debe pedirte perdón por invadir tu casa y…
—Me dio mucha alegría volver a encontrarme contigo —me cortó para evitar que continuáramos por ese camino de disculpas—. Te puedo decir que tus recuerdos siempre estuvieron presentes en mi vida.
—No me lo creo. Seguro que has tenido muchas mujeres —le respondí como diciéndole: “que no soy ingenua, que ya pasé de los cincuenta”.
—No te niego que han existido otras mujeres, pero amores, ninguno, salvo el tuyo, nunca te olvidé.
Me quedé muy impresionada. Se marchó a atender a otros clientes y eso me liberó un poco de la presión a la que estaba sometiendo el deseo a mi mente. No podía dejar de observarlo mientras trabajaba, lo encontraba como el hombre más maravilloso que había conocido. Otra cosa que me impresionó fue mi cara al verme en el espejo que había detrás de la barra y comprobar que mis ojos reflejaban una luz que nunca había visto antes. María volvió a mi lado y estuvimos hablando del trabajo. Cuando se nos terminaba la bebida, Damián la volvía a reponer, sin decir nada, salvo las tonterías que María le decía, al igual que el resto de mujeres presentes, porque la mayoría de clientes del pub, al menos en aquel momento, eran mujeres de mi edad y aún más mayores, imagino que divorciadas y a la caza de un hombre, o eso me imaginaba yo. Claro que tenía tanto trabajo que no pudo parar un momento para continuar la charla, pero descubrí que, de vez en cuando, dirigía su mirada hacia el lugar donde estábamos nosotras y nuestras miradas se cruzaban al tiempo que nuestros labios sonreían. Poco después de las doce regresamos a casa y ya en la cama volví a soñar con Damián. Y entonces ocurrió. Sin saber cómo, ni por qué, de pronto comencé a recordar aquella noche de mi cumpleaños. Cuando salí de la ducha el deseo me invadía, no sé si a consecuencia del alcohol o a la calentura que Damián había provocado en mí, y fui a buscarlo desnuda, lo besé y lo llevé de la mano hasta la cama. Entonces él me preguntó varias veces si deseaba hacerlo y yo le respondía que sí, que sí, que sí hombre, que sí. Hicimos el amor varias veces y sus caricias me dieron un placer que nunca había sentido con mi marido. Me dejé hacer porque mi mente se encontraba en un paraíso por las caricias que recibía mi cuerpo. Era la primera vez que me sentía libre y liberada para disfrutar del sexo con un hombre. Mis gemidos debieron de oírse muy lejos, pero no me importó y me dormí muy feliz. Sin embargo, al despertar, la educación recibida volvió a adueñarse de la situación y mi mente se avergonzó de mi comportamiento anulando ese recuerdo. Esa debió ser la razón por la que no recordaba nada. Yo lo achaqué a la bebida, pero la realidad era que el agua fría había despejado mi mente liberando el deseo interior, ese que siempre tengo oculto. Por primera vez había deseado a un hombre y no podía perderlo. Ahora lo tenía claro. Cogí mi teléfono para llamarlo, marqué en repetidas ocasiones y no respondía. Seguramente con el ruido de la música y de la gente no oía el teléfono. Aunque a esas horas ya quedaban poca gente o a lo mejor había cerrado y estaba en la cama, o tal vez yacía con otra mujer. Ese pensamiento no me gustó, pero qué podía hacer. Él era un hombre libre. Puse la mano en mi vientre para oír el corazón de mi bebé. Aunque no oía nada, me dormí feliz.
Continué con mi vida intentando que mi corazón se calmara. Me estaba estresando con tantas preocupaciones entre mi trabajo, mi embarazo con su malestar y sus vómitos y los consejos de mi amiga que no dejaba de decirme que fuera a buscar a Damián. Pero fue él el que vino a buscarme una tarde a la salida del trabajo. Al verlo me puse nerviosa y busqué con la mirada un lugar donde esconderme, no encontré nada y no tuve más remedio que sonreírle y saludarle. Le di dos besos y le pregunté por su presencia allí.
—¿Qué haces aquí? ¿Y el pub? ¿Lo has cerrado?
—No. He contratado dos camareros para que me lo lleven. Me voy a tomar un tiempo de descanso. Llevo veinte años que solo vivo para el bar y he pensado en cambiar de vida, he ganado suficiente dinero para poder hacerlo. Por eso estoy aquí, para hablar contigo, si te parece bien.
—Claro. Te escucharé con mucho gusto. Vamos a un bar que hay muy cerca y es muy tranquilo para poder hablar.
Fuimos a un bar cercano donde nos sentamos en una mesa aislada y pedimos una cerveza y una Coca Cola, el refresco para mí. Yo pensé en un primer momento que iba a contar algún proyecto nuevo de su vida y que solo quería hablar con una amiga del tema, pero de nuevo me vi sorprendida por su sinceridad. Me habló de su amor desde el instituto y que al verme de nuevo su corazón había despertado ese amor, me decía que siempre tuvo miedo de que lo rechazara y por eso no me había buscado antes, pero que ahora se había decidido y qué quería que lo supiera, aunque yo no lo quisiera. Cuando terminó su relato entendí que esperaba una respuesta y no sabía qué decirle; por una parte, yo me estaba enamorando, de eso estaba segura, pero la situación parecía más compleja porque… ¿dónde sitúo al embarazo? Va a creer que le digo eso por el interés de conseguir un padre para mi bebé y por supuesto que puedo criarlo sola. No tengo ninguna duda de poder hacerlo, pero no me parece ético privar a mi hijo o hija de su padre. Decidí ir por partes antes de tomar una decisión.
—Tú me gustas, Damián —le dije de sopetón, a estas alturas no iba dar más rodeos—, desde que te vi en el pub no he dejado de pensar en ti, en el instituto no, también te lo digo, pero entonces yo era muy joven y estúpida. He aprendido mucho de la vida. Pero no puedo aceptarte como pareja de repente…
—Lo entiendo. —Me respondió sonriendo y poniendo su mano sobre la mía—. Perdona si me lío al hablarte y no me explico bien. Deseo salir contigo como amigos, conocernos y si surge algo estupendo, somos adulto y no tenemos compromiso con nadie. Pero si no llegas a quererme seré siempre tu amigo —aquellas palabras alegraron mi corazón.
—Me parece bien. Saldremos como amigos si después de lo que tengo que decirte aún sigues deseándolo —estaba dispuesta a darle la noticia, pero me costaba trabajo arrancarme.
—Yo he sido sincero, te ruego que tú lo seas, por favor —me dijo con preocupación.
Me armé de valor para contárselo. No podíamos empezar una relación con un secreto tan importante.
—Estoy embarazada —mi voz sonó firme. Él abrió la boca y puso una cara de sorpresa en un primer momento, enseguida se levantó y fue a abrazarme con una risa que me llegó al corazón. Luego volvió a su silla muy sonriente.
—¡Felicidades! Me siento muy feliz. Perdona mi sorpresa, pero es que dijiste que tenías la menopausia y que no necesitaba usar condón. No podía imaginarme esa noticia.
—No recuerdo bien lo que te dije. Pero pasó y lo acepto. Yo pensaba que nunca tendría un hijo y ha ocurrido un milagro —le aclaré muy seria. No quería que pensara que iba buscando eso. También le conté mi relación con mi ex-marido y sus acusaciones de que yo era estéril.
—Es una buena noticia para los dos. Yo también deseo tener un hijo. Creo que es la mejor noticia que podíamos recibir para comenzar nuestra relación —sus palabras me llenaron de satisfacción.
Salimos del bar abrazados y muy contentos. Me llevó a casa y le invité a subir para tomarnos una copa. Todavía conservaba las botellas de alcohol que María había llevado para mi cumpleaños. Luego le pregunté si tenía hambre, dijo que sí y le preparé la cena. Estuvimos charlando hasta el amanecer y como era muy tarde se quedó a dormir. Al día siguiente fue a por su ropa y se vino a vivir conmigo. Me ayudó en la preparación del parto y tuvimos a nuestro hijo, un barón que nació con más de tres kilos de peso y al que también llamamos Damián, como su padre. Nunca pensé que la borrachera de mi cumpleaños pudiera traer tanta felicidad consigo.